Caëla Gillespie es antigua alumna de la Escuela Normal Superior y posee una agrégation y un doctorado en Filosofía.
Caëla Gillespie,Manufacture de l’homme apolitique, Le Bord de l’Eau, 2024.
Si la propia «democracia», plutocrática desde su origen, tanto en Estados Unidos como en Francia, y que confisca explícitamente el poder al pueblo, acaba transformando a los ciudadanos en habitantes apolíticos, el ultraliberalismo, al vasallar a los Estados, los vuelve progresivamente igual de apolíticos. La fabricación del hombre apolítico es una tendencia irreversible. Si el meticuloso análisis de Caëla Gillespie pone de manifiesto la necesidad de despertar ante la situación, sólo nos queda diseñar un plan de acción para la resistencia.
Introducción
Dos tendencias fundamentales parecen converger para producir «habitantes» apolíticos. Una es la confiscación del poder al pueblo, que tuvo lugar en cuanto se instauró la República y se anunció explícitamente como tal tanto en Estados Unidos como en Francia. Es un hecho establecido en el discurso de la época e incluso en los textos de las constituciones adoptadas. Así, elegidos sobre la base de una legitimidad construida, los presidentes gritarían «Viva la República», pero nunca «Viva la democracia», y los incautos irían a bailar a los bailes del 14 de julio con el telón de fondo de una memoria nacional inventada. Adoptando un enfoque más estrictamente político, mostramos cómo la confiscación del poder, desviándose de la idea de democracia, conduce necesariamente a la desaparición del ciudadano efectivo en favor del desarrollo de una población cada vez más apolítica. Esto es lo que denuncia La democracia del futuro, antes de sugerir vías para repolitizar el reparto del poder.
La otra tendencia, que priva a la política de toda posibilidad, es la subyugación voluntaria de los Estados por un ultraliberalismo deletéreo, que transforma a los antiguos ciudadanos en individuos apolíticos modernos, ya se trate de consumidores «coludidos» con el sistema o de parias suburbanos de los suburbios o de las afueras de las zonas rurales. Esto es lo que denuncia la Manufacture de l’homme apolitique (Fabricación del hombre apolítico), que ofrece un panorama totalmente convincente basado en análisis contundentes.
Manufacture de l’homme apolitique – notas de lectura
Que el ultraliberalismo conduce al apolitismo de las «masas» es algo evidente -¡aunque era necesario decirlo! -. Este libro de la filósofa Caëla Gillespie desglosa perfectamente los pormenores, sobre todo porque éste es el resultado innegable al que asistimos desde hace décadas. El análisis de los regímenes llamados «democráticos», que de hecho nacieron muertos tanto en Estados Unidos como en Francia, bajo el control burgués, mercantil y, desde el principio, plutocrático, y que condujeron a la confiscación del poder, muestra claramente su innegable responsabilidad en la desvinculación política (no inscripción en las listas electorales, abstención, votos en blanco y nulos). Sin embargo, el enfoque económico proporciona en última instancia la motivación, la fuerza motriz; y es, antropológicamente, simplemente la codicia individual de algunos, erigida en sistema socioeconómico para todos los demás. «Todo el mundo con el salario mínimo menos yo» es el lema de este sistema, ilustrado por la drástica reducción de la diferencia entre el salario de un profesor y el salario mínimo (de 4 a 1,5), siendo los salarios de los profesores franceses los más bajos de Europa. En efecto, no deberíamos educar a ciudadanos críticos.
Históricamente, este libro muestra claramente cómo el ultraliberalismo se apropia indebidamente y sobrepasa sus fuentes en el liberalismo clásico, donde el papel del Estado era ante todo salvaguardar la propiedad, un derecho individual recibido al nacer, que en sí mismo daba derecho a una posible disidencia y, en cualquier caso, a la superioridad del individuo sobre el Estado. Así lo ilustra la llamada5ª Enmienda en Estados Unidos, ¡destinada específicamente a permitir a los «habitantes» (ya no nos atrevemos a hablar de ciudadanos) defenderse del gobierno federal!
Históricamente también, entendemos que era necesario erradicar todo monarquismo absoluto, que expolia la propiedad individual. Dicho esto, más que el fin de la historia, ¿no es el neofeudalismo actual simplemente un retorno al feudalismo medieval, al reino de los impuestos y al poder preventivo de unos pocos sobre todos? Una regresión, pues, con todos los aspectos infantiles de este tipo de patología.
Una observación de pasada sobre Adam Smith, que no desvirtúa en absoluto los análisis del libro: ahora sabemos que su objetivo general no era tanto liberar la «savia» de las naciones del control del Estado como, muy al contrario, proteger al Estado contra los grupos de presión de los comerciantes. En cualquier caso, podemos ver claramente la perversión del liberalismo clásico por el ultraliberalismo moderno, que fustiga toda regulación estatal.
Los extractos del pensamiento de Hayek son edificantes.
Podríamos haber añadido el de Rawls, que es más bien un filósofo (Hayek es efectivamente un «economista», pero no, en nuestra opinión, el filósofo que pretendemos), ¡con su justificación de la miseria por la igualdad de oportunidades! Como si pudiera haber negocios en Venus donde no los hay, como si el mundo no estuviera formado ante todo por personas (que, por cierto, están incluidas en la definición de ciencia económica) .
El hecho es que la retórica del ultraliberalismo está bien afinada y es eficaz. Incluso más que un «pensamiento único», el ultraliberalismo parece ser ahora un verdadero obstáculo para el pensamiento (véanse las jóvenes generaciones), al haber reducido el entorno de los individuos al dominio exclusivo del mundo comercial. El hombre ha quedado reducido al papel -e identificado con él- de productor de riqueza1 y consumidor de bienes. Ya ni siquiera es un homo economicus, que seguiría siendo un ser humano; no es más que un agente, un elemento en ecuaciones -clasificadas por el poder adquisitivo.
Tres comentarios:
- En primer lugar, este vínculo entre ciudadanía y poder adquisitivo nos retrotrae directamente a los orígenes plutocráticos de la Revolución (en particular a los precios que hay que pagar para votar o para ser elegible).
- En segundo lugar, podríamos añadir que, al igual que todas las ciencias modernas -incluida la más concreta de todas, la física-, la ciencia económica ha abandonado totalmente la realidad en favor de la abstracción matemática. No es de extrañar, pues, que toda la humanidad desaparezca detrás de las cifras.
- Por último, podríamos hablar del lenguaje de las empresas, que ahora nombran un «Director de Recursos Humanos» (después de «Jefe de Personal» y «Director de Relaciones Humanas»), convirtiendo a los empleados en «recursos humanos», sin darse cuenta de que están reproduciendo, a su manera, los horrores de un régimen de siniestra memoria.
Los intentos (exitosos) del ultraliberalismo de derribar la pirámide de leyes económicas han sido escuchados. Lo que queda, como ya he mencionado, son cuestiones de moralidad que tienen poco impacto económico porque tienen lugar en la esfera privada (homosexualidad, pedofilia, etc.). Aparte de gravar a los usuarios pillados in fraganti, por supuesto, no se ha hecho gran cosa con la prostitución y, sorprendentemente, a pesar de ser un supernegocio en potencia, la eutanasia sigue en manos del Estado.
Es cierto que considerar el Estado de derecho como una condición necesaria (pero no suficiente) de la democracia, teniendo, además, una ancestral anterioridad (2º milenio a.C., con los 282 artículos del código de Hammurabi, el legislador inaugural y «rey de la justicia» de Babilonia), es evidente que el Estado está siendo atacado desde todos los flancos, desde arriba (UE, sentencia Nicolo, art. 55 de la Constitución), desde abajo (el mundo comercial) y desde los lados (organismos no electos como las organizaciones financieras internacionales).
Cabe destacar
- Las responsabilidades ignoradas de los responsables y dirigentes-mercenarios que colaboran con el sistema («¡Tous collabos!» resumiría la situación). En la jerga empresarial, se les denomina descaradamente «colaboradores».
- La mención del Cahier de politique économique nº 13 (p. 105), que recomienda la demolición encubierta de escuelas, aún no es muy conocida.
- La expresión «elección democrática» (p. 88), un oxímoron denunciado en otro lugar (cf. La democracia del futuro).
- El excelente análisis de los lugares urbanos reservados a las manifestaciones.
Podemos tener más reservas sobre la imagen de una «revolución religiosa», tópico de un «irreal aquí abajo», demasiado simplista. La expresión «cuerpo místico» del cristianismo se aplica a la Iglesia, en un sentido mucho más amplio que el conjunto de los fieles. Por otra parte, decir que no hay un desencantamiento del mundo sino un (falaz) reencantamiento o «misenchantment» (la fábula de la «Necesidad Económica») parece bastante acertado (habrá que encontrar al autor americano que propuso esta fórmula de «misenchantment»).
En cuanto a los progresistas, podríamos referirnos al mito del progreso, iniciado durante el Renacimiento y denunciado aún hoy (por ejemplo, Bouveresse, 2023). La definición, dada en el famoso artículo de Karl Kraus (1874-1936), es deliciosa:
el progreso es el prototipo de un proceso mecánico o cuasi mecánico autopropulsado y autosostenido que crea cada vez las condiciones de su propia perpetuación, en particular produciendo inconvenientes2.
Más recientemente, según Georg Henrik von Wright (1916-2003):
el crecimiento económico continuo es una condición para resolver los problemas que la propia producción industrial intensificada y racionalizada crea.
En otras palabras, el progreso ha seguido siendo la autosolución de los problemas que plantea; ¡el progreso progresa! como diría Heidegger. Basta con calificar de antiprogreso a quienes denuncian los males causados por el progreso, para limpiar el nombre del progreso, solución perpetua de sí mismo y para sí mismo.
Conclusión
A fin de cuentas, si la instauración del anarcocapitalismo se convierte en una conclusión inevitable -y las recientes elecciones estadounidenses lo confirman, si es que hacía falta una confirmación-, está claro que el futuro comienza con la toma de conciencia de este estado de cosas. Pero, ¿y la acción?
Los medios de que disponemos parecen muy limitados.
Me parece que el confinamiento económico y las situaciones de supervivencia que se mantienen impiden cualquier acción de carácter económico.
El apoliticismo fabricado y definitivamente (?) establecido, por su parte, impide que las cosas evolucionen hacia una solución democrática, es decir, una solución diacrática (cf. «reparto del poder»), que venga de abajo. Así, el libro muestra claramente cómo las manifestaciones y los Gilets jaunes no tienen ningún impacto político. Era ingenuo creer que esto podía venir de arriba y convencer a la cúpula del Estado de que su supervivencia residía en el reparto del poder (cf. La democracia del futuro); era no darse cuenta de que el propio Estado parece haberse vuelto apolítico. Es más, en un mundo bárbaro en el que el poder se da por sentado, ¿no resulta obvio que esto no va a suceder? No tendremos filósofos en el poder, Platón habrá vivido para nada.
Así pues, el estado de la cuestión está claro y sólo queda idear un plan de acción.
Notas
- véase el impensado de la teoría económica en Metafysikos.[↩]
- «Der Fortschritt» (El progreso), Simplicissimus, entonces número 275-276 del Fackel (« La antorcha “), resumido por Jacques Bouveresse, ”Le mythe du progrès selon Wittgenstein et von Wright», Mouvements 2002/1 (nº19), pp. 126 -141, §3.[↩]