Artículo publicado en Qu’est-ce que la métaphysique (L’Harmattan, 2010)
El riesgo de la metafísica es que se reduzca a un sistema conceptual. Por supuesto, una expresión comprensible requiere una lógica impecable, pero no debemos perder nunca de vista que el objetivo mismo de la metafísica es conducir más allá de toda reducción conceptual a la contemplación de las esencias.
Introducción
Kant criticó la metafísica anterior, después de haber despertado de su llamado «sueño dogmático» y antes de proponer lo que él pensaba que debía ser toda metafísica posterior1. »2
Estaba muy bien negarle su «sueño crítico», es decir, la imposible crítica de la razón por sí misma; estaba muy bien creer que Kant ya había sido abandonado en Alemania a principios del siglo XIX3; con razón Madiran, siguiendo a Poulat, ha podido denunciar recientemente que las generaciones actuales de occidentales siguen siendo «¡todos kantianos!4 Sin embargo, incluso antes de Émile Poulat, Jean Borella y otros, el kantismo fue rechazado por Maurras y Péguy, refutado por Gilson, criticado por Maritain, etc., ¡aunque todos ellos pertenecían a «la categoría de los humanos ‘constituidos de manera normal'»5! Añadamos que Claudel se alegró públicamente «de que Aristóteles le hubiera librado del kantismo»6. Mucho antes que todos estos autores, y poco después de la muerte de Kant (1804), Tchaadaev (1794-1856), «tras leer la Crítica de la razón pura, la llamó Apologet adamitischer Vernunft, doctrina de la razón caída y pervertida»7. Más recientemente, dirigiéndose a los científicos, Claude Tresmontant volvió a hablar de los paleopositivismos y neopositivismos, un único y «siniestro estribillo […] que deriva de hecho del kantismo»8.
Y, en efecto, la dictadura de la razón: el racionalismo, al igual que el cientificismo decimonónico, perdura en las mentes secularizadas de hoy, que ya no parecen percibir ni lo que rige la razón ni lo que va más allá de ella9
Por eso nos pareció oportuno señalar por qué la metafísica nunca puede ser dogmática y, en cambio, cómo el racionalismo y el criticismo lo son -la psicología ha demostrado desde entonces que atribuimos fácilmente a los demás los defectos que no nos atrevemos a denunciar en nosotros mismos.
Dogmática y dogmatismo.
Debemos dejar de lado brevemente la reciente confusión que intenta asociar dogmatismo con dogmática. La dogmática, propia del cristianismo si no exclusiva de él, es el conjunto de «formulaciones lo más transparentes posible de los misterios cristianos»10. Inserta entre la revelación que formula y las teologías que interpretan, la gnosis se presenta del lado de la simple formulación para fijar y transmitir los misterios cristianos que hay que meditar. Se trata de fijarlos contra cualquier deriva interpretativa «anecdótica», y es gracias a esta dogmática que se han transmitido durante dos mil años y durante «siglos y siglos».
«Dogmatismo» procede del latín cristiano dogmatismus («enseñanza de la fe», dogma significa «enseñanza»); de ahí la confusión con dogmática que algunos han hecho. Inicialmente, desde finales del siglo XVI , «dogmatismo» caracterizaba una doctrina filosófica «que parte de la afirmación de una certeza o pretende conducir a ella»11, por oposición al escepticismo: «doctrina, sentimiento de los filósofos cuyo dogma principal es dudar»12. Por extensión, el dogmatismo de una persona consistirá en su «disposición a dar a sus opiniones […] un carácter afirmativo, imperioso»13. Es fácil ver lo absurdo, la perfecta contradicción, de tal comparación entre la expresión de una opinión y la formulación de una revelación, a pesar de la fácil tentación de equiparar el adjetivo con el sustantivo y llamar dogmático al dogmatismo.
Acabamos de ver que las doctrinas dogmáticas se oponen a las doctrinas escépticas, ¡cuyo dogma es el escepticismo! ¿No son ambas dogmáticas, afirmando certezas absolutas por un lado e incertidumbres irreductibles por otro? Entonces resulta fácil mostrar que la metafísica es antidogmática y no sistemática, ya se la considere como ciencia o como vía.
La metafísica como ciencia
Si llamamos «ciencia» (scientia de scire: conocimiento) a cualquier «enfoque dirigido al conocimiento», la metafísica es innegablemente una de las ciencias. Las ciencias (en sentido genérico), según se ocupen de lo más particular o de lo más general, pueden clasificarse in crescendo del siguiente modo: ciencias (en sentido moderno), filosofías, metafísica. Más concretamente, una ciencia comprende un objeto material y un objeto formal: la planta, por ejemplo, es el objeto material tanto de la botánica como de la farmacología, pero son sus estructuras las que estudia la primera, mientras que la segunda considera sus virtudes curativas, que constituyen así dos objetos formales bien distintos. Puesto que una misma realidad puede considerarse desde varios ángulos, sólo el objeto formal puede servir en última instancia de principio para especificar una ciencia14.
Metafísica: ciencia de ciencias.
Puesto que el objeto material de la metafísica es «todo lo que es», se ocupará no sólo de los objetos materiales de todas las demás ciencias, sino también de sus propios objetos formales. En el pasado, esta preocupación por los objetos formales de las demás ciencias se denominaba «crítica del conocimiento», una rama de la filosofía. La epistemología contemporánea, ya sea el estudio científico del conocimiento por las ciencias o el estudio filosófico del conocimiento científico, sigue siendo en sí misma uno de los objetos materiales de la metafísica. Así pues, cualquiera que sea el objeto estudiado, incluidas, por ejemplo, las propias emociones, sentimientos o pensamientos -tanto si se refieren a objetos materiales como formales-, el pensamiento último será la metafísica. Cuando sentimos la emoción de la cólera, por ejemplo, podemos, con la psicología, interpretar esta cólera como el síntoma de un complejo de Edipo inconsciente; pero también podemos cuestionar la simple posibilidad de la cólera, la posibilidad de la interpretación psicológica en general, la posibilidad de toda interpretación, hasta la base de la analogía, presupuesta por toda interpretación.
Metafísica: la ciencia extralingüística.
Cualquiera que sea el objeto del pensamiento, la conciencia de este pensamiento se formulará utilizando el lenguaje. Pero si «una ciencia bien tratada no es más que un lenguaje bien hecho»15, el pensamiento no puede reducirse al lenguaje que lo expresa; ¡es ante todo pensamiento de algo! Mientras que el lenguaje se somete a la lógica por el principio de no-contradicción, el pensamiento sólo se somete a la lógica cuando razona. Ahora bien, el pensamiento es ante todo una visión de la cosa, o una comprensión de que esta cosa no puede ser otra que lo que es. Sólo entonces podrá formular que el concepto de una cosa no puede ser idéntico al concepto de su contrario16. La coherencia formal del lenguaje, que no puede demostrarse (Si el corolario del teorema de Gödel demuestra que la no-contradicción formal es indemostrable, es porque esta no-contradicción pertenece en última instancia al orden de la intuición; Borella, ibíd., p. 98.)), puede incluso revelarse como una trampa (un silogismo riguroso es falso si sus premisas son falsas). A la inversa, cuanto más es el pensamiento una intuición de la realidad, menos seguro está de la pertinencia de su discurso y más inadecuado parece. Esto se debe a que el pensamiento es ante todo una «apertura al ser»: lo real se entrega a la intuición de la mente, mientras que el concepto se limita a acompañar esta intuición de lo real17.
Metafísica: el fin del concepto.
El enfoque científico consiste en reducir las intuiciones de las cosas a sus conceptos, ya que éstos no pueden operar en la indeterminación que implica la apertura del pensamiento al ser. Borella llama a este enfoque, constitutivo de toda ciencia, «el cierre epistémico del concepto» 18, por la que renuncia a la «apertura ontológica del concepto», conocimiento participativo de la esencia de las cosas.
En cambio, en metafísica, abrir el concepto al ser -o no reducir un ser a su concepto- es, para el pensamiento, reconocer que es una «expectativa perseverante de lo real» y aceptar que hay algo más allá del concepto; que lo que piensa de lo real, a través del concepto, no agota lo real; que hay, para él, una «cara oculta del ser». Esta intuición de lo real ya no es entonces del todo pensamiento (que es movimiento), porque es visión inmediata y «contemplativa» 19. A partir de aquí, está claro que el fin de la metafísica es la superación del conocimiento conceptual. El fin del concepto: tanto su meta como su fin, ¡es lo real! Una metafísica -aunque sea dogmática- pretende ir más allá de cualquier concepto; ¿cómo dogmatizar entonces más allá de los conceptos?
Metafísica: de la ciencia a la ignorancia.
Si la metafísica renuncia a la ciencia, en cuanto conocimiento conceptual, es porque tal conocimiento sólo es mediato e indirecto, «por enigma, como en un espejo»20. Por eso la metafísica, aunque algunos de sus estudiosos lo hubieran deseado, nunca puede ser dogmática ni establecerse según un sistema, que entonces sería necesariamente conceptual. Si el concepto hace ciencia, el fin del concepto, su más allá, podría incluso calificarse de ignorancia. Pascal lo expresa así:
Las ciencias tienen dos extremos que se tocan: el primero es la pura ignorancia natural en la que se encuentran todos los hombres cuando nacen; el otro extremo es aquel al que llegan las grandes almas, que, habiendo recorrido todo lo que los hombres pueden saber, descubren que no saben nada, y se encuentran en la misma ignorancia de la que partieron.21
Así, los escasos intentos de sistematización habrán desaparecido. El spinozismo, el cartesianismo y el hegelianismo ya no existen, la monadología de un Leibniz ya no se estudia, y los aspectos categoriales o perentorios (dogmáticos) de la obra de un Guénon han quedado obsoletos22 – aunque Descartes, Leibniz y Guénon sigan siendo verdaderos metafísicos. En cambio, entre otros metafísicos, Pascal no dejó un sistema, como tampoco Malebranche, y el legado esencial de Platón se ilustrará en un símbolo: el símbolo de la Caverna23 Si la metafísica alcanza la ignorancia y se queda ahí como en el vacío -como dirían el taoísmo, el budismo o la teología mística-, ¿qué decir del racionalismo, que se refugia en la comodidad de las certezas de una razón formalmente sometida a la lógica, una razón razonante, raciocinante o, como diría Sartre, atrofiada? Su sistema cerrado, bloqueado, demostrable sobre sí mismo; ¡qué dogmatismo, qué ilusión!
La metafísica como camino
Nos puede sorprender una ciencia, la metafísica, que conduce al «no conocimiento». Podríamos haber sospechado algo cuando descubrimos que Aristóteles, el inventor de la lógica y del método científico, era también un formidable metafísico. Y es que, como empezábamos a sospechar, la metafísica, por un lado, completa a las demás ciencias y, por otro, no se trata de teoría o sistema, sino del metafísico; no en el sentido de que una categoría de seres humanos entraría en ella, sino en el sentido de que el hombre, todo ser humano, está necesariamente en el centro de la pregunta: ¿quién soy yo? o ¿por qué hay algo en lugar de nada? La cuestión ya no es de conocimiento, sino de «fruición», y la metafísica es el camino a seguir.
Metafísica: el fin de la ilusión objetiva.
El propio Aristóteles formuló, como un juego de palabras, que se trataba de pathein más que de mathein24, de experimentar más que de conocer. Por el contrario, cuando Kant criticó el argumento cartesiano (después de San Anselmo) sobre la existencia de Dios, confundió «prueba» con «test»25. El metafísico, que renuncia al conocimiento conceptual para «contemplar» la esencia de las cosas, sabe, además, que no hay cuestión metafísica que no le implique -como hemos visto, incluso en Heidegger. De hecho, lo que la física cuántica ha enseñado a los físicos (la indeterminación, la modificación de la observación por el observador, etc.), la metafísica lo ha afrontado siempre: el límite de lo pensable, la indecidibilidad formal, el fundamento de la lógica (la no-contradicción), la coexistencia de contrarios aparentes, las paradojas formales y existenciales, etc.
Aunque algunos físicos, habiendo alcanzado los límites de su ciencia, han rozado lo metafísico (Mach, por ejemplo), la física es innegablemente la ilustración perfecta de una ciencia, quizá la más positiva de todas, pero que se ha topado con su límite. Y que sepamos, sólo un físico ha explicado la física cuántica, o incluso la astrofísica, a la luz de la metafísica26. Así pues, el fin de la ilusión objetiva no es dejar de creer en las leyes positivas que nos permiten enviar un hombre al espacio o fabricar coches de gasolina, sino dejar de creer en la objetividad de un universo finito y sin bordes, de una evolución que sólo empieza después del principio (el muro de Planck). Si, como el kantismo, este objetivismo decimonónico persiste en la mente de la gente, no es porque no se haya denunciado, tanto por la física como por la fenomenología. En cualquier caso, frente al dogma del objetivismo, la metafísica permanece al margen tanto del objetivismo como del dogmatismo.
Metafísica: el descubrimiento de la revelación.
Esta «cara oculta del ser», por la que hay que sacrificar el concepto, no es realmente incognoscible; simplemente, «su conocimiento exige una transformación del sujeto que conoce, una conversión radical de su intención especulativa», de modo que superamos «el plano ordinario de la filosofía y del pensamiento para alcanzar el de una verdadera ‘gnosis'». Esta gnosis, «la perfección de toda finalidad cognoscitiva»27, consiste en la «absorción transformadora de la forma conceptual en su propio contenido trascendente«. Filosóficamente, el concepto sigue perteneciendo al orden del conocimiento, pero desaparece en su propio acabamiento: la revelación de la esencia28.
¿Es la metafísica una religión? Si se plantea esta pregunta es porque algunos metafísicos del siglo XX creyeron ver una metafísica única, universal, que abarcaba todas las religiones (Guénon, Schuon). Cegados por los enormes progresos realizados en el estudio comparativo de las religiones -que entonces se reducían a su vez a sistemas conceptualizados-, se vieron tentados a desarrollar el sistema de sistemas, aunque ello supusiera rectificar tal o cual revelación que ya no encajaba en el marco construido o en las categorías decretadas29.
Es cierto que, puesto que las religiones proponen formulaciones últimas sobre la esencia de las cosas, casi todos los teólogos son, al mismo tiempo, metafísicos. Estas formulaciones son a menudo positivas pero, en última instancia, siempre negativas, como el apofatismo del budismo o la teología negativa del cristianismo. En otras palabras, también aquí, para acceder a la «contemplación» de las esencias, hay que negar los conceptos, que «crean ídolos de Dios»30. Pero este espacio común, o aire común, entre metafísica y religión no las hace equivalentes, ni hace de la metafísica su coronación.
Sencillamente, está en la naturaleza de las cosas que la metafísica no pueda situarse más allá de la religión. En primer lugar, porque la metafísica no es, en última instancia, un discurso capaz de rematar a todos los demás, siendo ella misma necesariamente una renuncia a todo discurso. En segundo lugar, y tal vez sobre todo, porque, al darse cuenta de sus propios límites y de los del propio interrogador, descubre algo más allá de sí misma, por lo que ya no puede pretender ser su propia genial inventora, a menos que ese trascendente descubierto se reduzca a una construcción o abstracción. A partir de entonces, el metafísico está condenado a la revelación, a reconocer, tras la ilusión de su propia luz, la verdadera luz que le es dada. Descubre que el poder de conocer sólo le viene de la liberalidad de un Dios que es el «Padre de las luces» (St I, 17), y que este metafísico es precisamente el Logos, la Palabra divina misma: «Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn I, 9)31.
Reconocer lo que está más allá de uno -una autoridad, si se quiere- no es dogmatismo; al contrario, es la forma más drástica de humildad. Además, ya que acabamos de pasar de la metafísica a la revelación cristiana, recordemos que la dogmática de esta religión reconoce a San Pablo como una de las autoridades fundadoras de la fe cristiana. Pablo figura entre las autoridades fundadoras de la Revelación -es uno de los «pilares de la Iglesia»- a pesar de que nunca «conoció a Cristo en la carne», sino que «recibió la revelación del Evangelio directamente del Señor» (I Cor., XI, 23). La dogmática cristiana admite, por tanto, que puede haber al menos una revelación que proceda no sólo del Cristo «histórico», sino también del Hijo interior que Dios, como nos dice San Pablo, «reveló en mí mismo» (Gálatas, I, 17). En otras palabras, acepta que puede haber una «experiencia espiritual» equivalente a la revelación, un modo de conocimiento por el que el intelecto pneumatizado participa del conocimiento que Dios toma de sí mismo en su Palabra. Esta experiencia, norma y referencia doctrinal de la fe cristiana, sin constituir una «segunda revelación», es el modo de conocimiento, el estado espiritual, que alcanza la perfección de la fe y al que San Pablo da el nombre de gnosis»32. Si aún fuera necesario, podemos ver aquí cómo la dogmática misma no es dogmática.
Metafísica: la búsqueda de un Grial ya encontrado.
En última instancia, la metafísica no es un camino como tal; a lo sumo, habiendo permitido primero comprender la revelación, conduce luego al modo, consciente o no, según el cual la inteligencia se entierra en la fe.
Es cierto que la receptividad intelectiva propia de la revelación se enseña y comunica a través del lenguaje; se trata, pues, de un acto de conocimiento que es, además, necesariamente especulativo. Por todo ello, no es un simple ejercicio de la razón natural, sino «la actualización de aquellas posibilidades teomórficas implícitas en la creación del hombre ‘a imagen de Dios’»: los logoï spermatikoï o Formas del Verbo Divino inseminadas en toda inteligencia, y por tanto «una especie de ‘revelación’ interior y congénita, por inmanencia en el alma de esos iconos intelectivos que son las Ideas metafísicas»33.
Una vez que la inteligencia ha cumplido su función, que es la de hacer inteligible el mensaje de la fe para que el ser humano pueda adherirse libremente a él, entramos entonces en una Docta Ignorancia (Nicolás de Cusa): un paso en el que la inteligencia cierra los ojos (San Dionisio Areopagita, Teología mística, 997 B.) a lo que, en todo caso, está «más allá de los ojos» (Malebranche, Sobre la búsqueda de la verdad, II, II, 3.), entrañando una aceptación directa de su creatural «ignorancia ontológica«.
Si, para entrar en el «superconocimiento» o «epignosis» paulina, hay que «haber renunciado a todo conocimiento, incluso al conocimiento de las Ideas mismas»34, ello significa que «el intelecto metafísico debe comprometerse concretamente con la fe en el Dios revelado: sin revelación, no hay Objeto divino»; «y sin Objeto divino […], ninguna liberación es posible, ya que toda peregrinación hacia una luz ausente queda prohibida. El intelecto debe realizar una especie de sacrificium intellectus, debe enterrarse en la fe como en la muerte de Cristo Logos, pero debe hacerlo para renacer con él»35. Este programa metafísico está casi siempre ya realizado: «no me buscarías si no me hubieras [ya] encontrado», escribe Pascal36; lo mismo ocurre con la búsqueda del Grial: es después de haberlo encontrado por la gracia cuando partimos en su busca (cf. Chrétien de Troyes).
Notas
- «Lo confieso francamente; fue la advertencia de David Hume la que interrumpió […] mi sueño dogmático y dio a mis investigaciones en filosofía especulativa una dirección completamente diferente»; Kant, Prolégomènes à toutes métaphysique futures qui pourront se présenter comme science, trad. Gibelin, París: Vrin, 1941, p. 13. Gibelin, París: Vrin, 1941, p. 13. En pocas palabras: después de creer ingenuamente que nuestra mente podía dogmatizar, es decir, pronunciarse con certeza sobre el ser, el mundo, el yo, Dios, el filósofo despierta de su sueño dogmático y se plantea la pregunta: ¿cuál es la condición para poder afirmar un «dogma» metafísico sobre Dios, el mundo y el yo? Kant responde que la condición es que tengamos conocimiento de ello, que dispongamos de una facultad para percibir el ser, Dios, el mundo y el yo, del mismo modo que percibimos a través de los sentidos la realidad existencial o presencia de las cosas de la naturaleza. Dicho así: «Del mismo modo», Kant puede fácilmente -pero falsamente, pensamos- concluir que no tenemos esta facultad de ver las realidades metafísicas.[↩]
- Jean Borella, La crise du symbolisme religieux, rééd. Paris : l’Harmattan, 2008.[↩]
- Así se lo dijo el abate Studach a Montalembert en 1828; Lecanuet, Montalembert, t. I, p. 58.); con razón Madiran, siguiendo a Poulat, ha podido denunciar recientemente que las generaciones actuales siguen siendo «¡todas kantianas![↩]
- «Tous kantiens» («Todos kantianos»), como decía Émile Poulat, es el título de un artículo de Jean Madiran (Présent, 3 de abril de 2009), una oportunidad para señalar que nacer kantiano -o modernista- no siempre fue el cuasi fatalismo «que el siglo XX ha legado al siglo XXI.[↩]
- Madiran, ibíd.[↩]
- Entrevista de los años 50, emitida en France Culture el 25 VII 2005.[↩]
- Paul Evdokimov, Le Christ dans la pensée russe, París: Cerf, 1970, p. 40[↩]
- Les métaphysiques principales, París: O.E.I.L., 1989, p. 4). Así pues, Kant es sin duda el filósofo central de toda la filosofía occidental; hay antes de Kant y después de Kant. Incluso a algunos pensadores budistas les gusta referirse a él, pero en nuestra opinión se trata de apofatismo dogmático -un dogmatismo que no se encuentra en el budismo tibetano, por ejemplo[↩]
- Véase, por ejemplo, nuestro artículo «Jean Borella, Distinguer entre intelligence et raison», Contrelittérature nº 22, París: l’Harmattan, 2010, pp. 105-124. En lenguaje pascaliano, diríamos que «el último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan»; Pascal, Les Pensées, sección V.[↩]
- Cf. Jean Borella, Problèmes de gnose, París: l’Harmattan, 2007, cap. VII.[↩]
- Dictionnaire de l’Académie française, 9e éd.[↩]
- Dictionnaire de l’Académie française, 8e éd., ¡subrayamos «dogma»![↩]
- Dictionnaire de l’Académie française, 8e éd., subrayado nuestro.[↩]
- Estos elementos están tomados de François Chenique, Éléments de Logique Classique, reeditado en París: l’Harmattan, 2006[↩]
- Condillac, Œuvres, París: Arnoux et Mousnier, 1798, t. XXIII, p. 7. Por supuesto, Condillac piensa ante todo en las matemáticas, y su frase siguiente es: «Las matemáticas son una ciencia bien tratada, cuyo lenguaje es el álgebra» (ibíd.).[↩]
- Borella, Le mystère du signe, París: Maisonneuve et Larose, 1989, p. 97.[↩]
- Aquí seguimos a Borella, op. cit.[↩]
- «Cierre», porque el concepto es despojado de todo lo que podría impedir una definición exhaustiva, es decir, se cierra sobre sí mismo; «epistémico», porque este cierre es específico del conocimiento científico. Borella, op. cit. p. 100.[↩]
- Seguimos a Borella, op. cit.[↩]
- San Pablo, 1 Co XIII, 12; o «por enigma, como en un espejo (per speculum in aenigmate)».[↩]
- Pascal, Pensées, ed. Havet, III, 18.[↩]
- Por ejemplo, Borella, Ésotérisme guénonien et mystère chrétien, Lausana: L’Âge d’Homme, 1997, o Problème de gnose, op. cit., cap. VI.[↩]
- Fue Borella quien cambió sabiamente el confuso nombre de «mito de la caverna»; Penser l’analogie, Genève: ad solem, 2000, pp. 162-183. También en La crise du symbolisme religieux, reeditado en París: L’Harmattan, 2008, donde podemos leer que es la «conversión de la inteligencia lo que Platón nos enseña en el simbolismo de la Caverna: nos enseña que la verdadera filosofía es algo muy distinto de un juego conceptual o del simple ejercicio de la actividad pensante, ya que compromete a todo el ser en una ascensión hacia realidades propiamente sobrenaturales», p. 297.[↩]
- Cf. Fragmento 15 conservado por Synésius de Cyrène (Dion, 48a); Turchi, Fontes Historiae Mysteriorum Aevi Hellenistici, Roma, 1930, nº 83, p. 53; Borella, Ésotérisme guénonien et mystère chrétien, Lausana: L’Âge d’Homme, 1997, p. 170.[↩]
- Borella, La crise du symbolisme religieux, op. cit., p. 332.). Al hacerlo, no sólo se engañó a sí mismo, sino que también engañó insidiosamente a muchos después de él, incluso a Comte-Sponville, quien recientemente llamó a este argumento «prueba ontológica», ¡sólo para sorprenderse de la debilidad de la prueba! L’Esprit de l’athéisme, Albin Michel, 2006, p. 87[↩]
- Wolfgang Smith, El enigma cuántico, Sekotia, 2021. Véase también, traducido al francés, Sagesse de la cosmologie ancienne, París: l’Harmattan, 2008, cuyo subtítulo en inglés es explícito: «Contemporary Science in Light of Tradition«.[↩]
- Borella, «Gnose et gnosticisme chez René Guénon», Les Dossiers H : René Guénon, Lausanne: L’Âge d’Homme, 1984, p. 99.[↩]
- Borella, Le mystère du signe, pp. 98, 100.[↩]
- Como el dogma trinitario como reducción «al absurdo», pero inevitable dada la mentalidad cristiana (sic), como denunciaba Schuon ; o la desacralización de los sacramentos, convertidos en exotéricos, ¡los secretos «revelados» por Guénon! Estas observaciones no afectan a la importancia de las aportaciones de estos dos autores al conocimiento de las religiones o a la codificación del esoterismo.[↩]
- San Gregorio de Nisa, De vita Moysis, PG44, 377B.[↩]
- Borella, Lumières de la théologie mystique, Lausana: L’Âge d’Homme, 2002, p. 61.[↩]
- Borella, «Gnose et gnosticisme chez René Guénon», op. cit., pp. 98-99.[↩]
- Jean Borella, «La gnose au vrai nom», III, 7, revue Krisis n° 3, septembre 1989.[↩]
- Borella, Penser l’analogie, op. cit., p. 189.[↩]
- Borella, Lumières de la théologie mystique, op. cit., p. 189, n. 25.[↩]
- Pensées 553 (Sección VII – Moral y doctrina). Pascal añade a continuación este paréntesis, que explica su origen: (Sólo puede buscarte quien ya te ha encontrado… Sí, uno puede buscarte y encontrarte; pero no puede precederte. – Bernardo de Claraval).[↩]