Es el reconocimiento de la correspondencia ontológica entre una cosa dada, más bien natural, o accesible para nosotros (el agua, un árbol, un pájaro, el número dos, una cruz, etc.), y otra cosa que trasciende nuestro alcance. Esta correspondencia se basa en el vínculo que atraviesa todos los estados de la existencia: corpóreos, psíquicos y espirituales. En la práctica, los símbolos, debido a su potencia anagógica, ya sean reflexionados o actuados (ritos), conducen a estados superiores de comprensión.