Toda inteligencia, en el acto por el que concibe la esencia de algo, tiene una experiencia semántica, una experiencia del sentido o de lo inteligible, sin la cual no podría formarse un concepto de ese algo. Los conceptos no se abstraen simple y llanamente de las cosas; ante todo, deben tener sentido, han de constituir unidades inteligibles, y la inteligencia tiene que reconocerlas al albergar sentido. No hay más «criterio de verdad» que este re-conocimiento, esta aquiescencia de la inteligencia, que experimentar algo de acuerdo con su propia naturaleza intelectual (Borella).

Véase el artículo Razón e inteligencia, las dos caras de la mente.