Pueden encontrarse más planteamientos en Métaphysique du paradoxe, 2019.
Este ejercicio fue concebido para responder a las preguntas de una persona real sobre su vida profesional y afectiva. Como mínimo, proporciona una aclaración precisa de las nociones de destino y providencia.
Introducción
Se han abierto puertas, providencialmente parece, pero estas oportunidades, como una corriente de aire, se han cerrado demasiado rápido. ¿Qué es esta providencia que va y viene sin que se pueda aprovechar lo que ofrece? ¿Mi destino, mi fatum, que resulta de estos umbrales, cruzados o no cruzados, se ajusta a mi destino?
Se trata de preguntas muy legítimas, a las que hay que responder cuidadosamente. Dado que las palabras clave de su vocabulario pertenecen a registros distintos (providencia es religioso, fatum es literario), parece prudente comprobar las definiciones precisas de estos términos e identificar claramente los registros a los que pertenecen, antes de esbozar posibles respuestas a estas preguntas legítimas.
Definición de palabras y registros de vocabulario
Oportunidad
«Oportunidad»1 – que forma parte de la lengua francesa desde el siglo XIIIème – procede del latín opportunus, cuya raíz portus significa literalmente «lo que lleva a buen puerto» (o «a buen puerto») y, por tanto, caracteriza principalmente la cosa o la acción que es apropiada (al tiempo, al lugar o a las circunstancias) o que se produce en el momento oportuno, en el contexto adecuado. En este sentido, una cosa o acción oportuna puede calificarse -además de su opuesto directo, «inoportuna»- de «inapropiada» o «inoportuna». Hablaremos, por tanto, de la «oportunidad de una decisión» o de la discusión sobre «la conveniencia de hacer tal o cual cosa». Por otra parte, debemos evitar utilizar «opportunité» para designar una oportunidad («aprovechar una oportunidad»), o una simple posibilidad, significado que se ha desviado bajo la influencia del inglés.
La distinción entre estos dos significados es, en nuestro contexto, decisiva. En efecto, conviene oponer firmemente la oportunidad como posibilidad ofrecida para realizar libremente un acto justo o adecuado, de esta oportunidad como ocasión que hay que aprovechar para obtener una ventaja, un beneficio. La distinción hindú (Bhagavadgītā) entre sakāmakarman, acción con deseo realizada con vistas a sus frutos («aprovechar la oportunidad»), y niskāmakarman, acción sin deseo («acción justa o adecuada»), indiferente a los frutos de la acción y mediante la cual el ser escapa a la cadena indefinida de consecuencias de las acciones, puede aproximarse a esta oposición.
Oportunismo, término reciente en francés (1869), es una buena ilustración tanto de la distinción esencial entre las dos acepciones de «opportunité» que hemos identificado como de la influencia del inglés que hemos mencionado. En efecto, la primera acepción de «opportunisme» (históricamente la primera, y bien fechada a finales del siglo XIX) procede del contexto político, donde se reconoce la preferencia anglosajona por un pragmatismo casi exclusivo. Significa «aprovecharse de las circunstancias» (es decir, sacar partido de las oportunidades), «transigiendo con los principios si es necesario» (es decir, renunciando al curso de acción correcto). Por extensión directa, el significado actual se aplica a una persona que «regula su conducta según las circunstancias» y subordina sus principios a su interés momentáneo.
El destino, la suerte
«Destino» («destin» in francés), al igual que «suerte» («destinée» in francés), es un siglo más antiguo que «oportunidad», ya que se remonta al siglo XII, del latín destinare (destinar, fijar el futuro de alguien, sujetar), y hasta el siglo XVII significaba «proyecto». Dado que «destino» se define como la suerte individual de una persona concreta, lo que se diga aquí sobre «suerte» se aplicará también a «destino».
Debemos distinguir inmediatamente tres significados:
- El de un Poder que determina irrevocablemente el curso de los acontecimientos. En la mitología griega, este poder era superior a los dioses, y aún hoy se habla de «destino ciego, cruel y despiadado». Términos afines son «necesidad», «fatalidad» o «fatum».
- Una segunda acepción, relativamente opuesta, es «azar» (más que necesidad), «fortuna» (más que suerte) o «destino», para referirse a todos los acontecimientos de la vida de una persona, sean contingentes (azar, fortuna) o no (suerte, destino), pero «considerados como resultado de causas distintas de su voluntad». Así, decimos que «no puedes escapar a tu destino», que «estaba escrito», que «tenía que ocurrir».
- El tercer significado de «destino» es una forma de negar tanto el azar como la necesidad, y convertir el destino en el curso de la existencia, esta vez visto como algo que puede cambiar la persona que lo vive. Las formulaciones correspondientes son «ser responsable del propio destino» o «decidir el propio destino».
Así pues, estos tres significados parecen abarcar todo el abanico de posibilidades en lo que respecta al destino: podemos decidirlo y controlarlo, y si no, puede ser una fatalidad necesaria o una casualidad (feliz o desgraciada).
Fatum
Esta palabra latina, que ha llegado al francés literario, procede de fari (decir, hablar) y significa por tanto «lo que se ha dicho» (y por tanto debe suceder). Cabe señalar que de ella deriva el «fado» portugués, ese canto o lamento que afronta el destino de los amores imposibles, los celos, la nostalgia de los muertos y del pasado, y la dificultad de vivir. Las distinciones leibnizianas son aquí esclarecedoras, y no se reducen en absoluto a las diferentes acepciones de «destino» antes mencionadas. En el prefacio de su Essai de théodicée…, Leibniz distingue entre :
- Fatum Mahometanum» o «destino turco», que es un fatalismo absoluto basado en el argumento perezoso o «razón perezosa» («El razonamiento (o argumento) perezoso (logos argos) es el sofisma de los fatalistas que concluyen que el esfuerzo es inútil y que debemos abandonarnos al destino»),
- El «Fatum Stoïcum», que «da tranquilidad ante los acontecimientos mediante la consideración de la necesidad, que hace inútiles nuestras preocupaciones y penas»,
- Y el «Fatum Christianum», que produce «contentamiento mediante la confianza en la bondad y la providencia de Dios».
Es evidente que lo que estas definiciones leibnizianas añaden a los tres casos de «destino» indicados (controlado o sufrido, y, si se sufre, debido al azar o a la necesidad) es el modo en que el hombre se situará en relación con su destino (con lo que le sucede): puede decirse a sí mismo que «no hay nada que hacer» frente al destino y, por tanto, que puede hacer cualquier cosa sin que ello tenga ninguna consecuencia sobre su propio destino; puede abrazar la sabiduría que es, en efecto, típicamente estoica, según la cual la felicidad consiste en esta paz del alma, firme impasibilidad frente a todo dolor y a través de todos los males de la vida; puede, en fin, experimentar la confianza realizando la providencia divina (consecuencia directa de Dios-Amor). Por supuesto, volveremos sobre esta tercera actitud.
Providencia
«Providencia» procede del latín providencia (de providere: «ver de antemano», «prever», «proveer») y se tradujo al francés ya en el siglo XII, inicialmente con el significado de «previsión» y finalmente con el de «sabiduría divina», que tenía en latín ya en el siglo I (Séneca): «Sabiduría divina que todo lo prevé y todo lo provee» («providere» significa en realidad tanto «prever» como «proveer»).
Teológicamente, es el atributo por el cual Dios en su sabiduría concibe el plan de las cosas y por su poder dirige el curso de los acontecimientos determinando para cada criatura y para todo el universo el fin que se ha de alcanzar, así como los medios necesarios para lograrlo. De este modo, la divina providencia se diferencia de la presciencia en que añade la voluntad divina. Por todo ello, la providencia divina plantea dos problemas: el del mal («¿Cómo entender el mal en un contexto en el que todo procede de Dios?» es una pregunta frecuente) y el de la libertad humana («Cabe señalar aquí que atribuir a Dios todo lo que sucede en el universo -cosa que la teología no hace- equivaldría a negar tanto la libertad concedida al hombre como su contribución relativa a la Creación»). La solución bíblica (y por tanto cristiana) convierte estos dos problemas en uno solo: la posibilidad del mal reside en la libertad (efectiva) dada al hombre (para oponerse a la Voluntad del Padre).
Esbozo de una doctrina sobre la providencia y el destino
Como no respondemos a una cuestión filosófica general, sino a las preguntas de una persona concreta, empezaremos por rechazar cualquier «autoridad» que pudiera atribuírsenos. Por tanto, lo que sigue no puede ser más que la puesta en común de investigaciones y descubrimientos, nacidos de una experiencia personal y necesariamente única2. Sin embargo, esto no significa que compartir sea una palabra vacía..
Lo que las definiciones de las palabras «oportunidad», «suerte», «destino», «fatum» y «providencia» nos han mostrado esencialmente son las opciones de actitud que el hombre puede adoptar ante su destino como conjunción de la expresión de su libertad y de los condicionamientos que le parecen externos. Tras pasar revista a las que nos parecen más directamente correctas, o a las que habría que descartar de inmediato, podemos esbozar lo que nos parecería una doctrina adecuada sobre la providencia y el destino, tanto colectivo como individual, en particular abordando la aparente paradoja de la predestinación y la libertad humana.
Abandonar falsos destinos
El sentido general de «destino», como el de «suerte» particular de un individuo, permite descartar estas tres concepciones radicales del destino como resultado de una pura necesidad fatal, de un puro azar o de un dominio que podríamos calificar de inconscientemente pretencioso, o incluso demiúrgico (lo que no deja de ser una ilusión).
La primera concepción, incompatible con la libertad humana, presupone un determinismo absoluto del universo, que incluso la ciencia moderna ha abandonado definitivamente. Esta tentación de proyectar leyes pertenecientes al mundo de la física sobre lo que trasciende el universo y constituye su Causa ya ni siquiera tiene razón de ser((En la medida en que un sistema determinista admitiría la libertad en Dios pero la negaría en la criatura (el llamado determinismo teológico) o, aunque ‘admitiera’ a Dios, negaría que Él es libre (el llamado determinismo metafísico), lo que habría que condenar es la ausencia de intervención en el mundo tanto de Dios como del hombre. En un caso, se niega la inmanencia en favor de una trascendencia truncada; en el otro, lo que se niega es la libertad del hombre).
La segunda concepción parece lo contrario de la primera, ya que sustituye la necesidad más absoluta de la primera por el azar más totalmente aleatorio. El determinismo radical de la primera concepción y la indeterminación no menos radical de la segunda crean un mundo del que Dios está ausente, sometido a un idéntico sobredeterminismo.
El tercer concepto, el del hombre dueño de su propio destino, está claramente fuera de lugar, tanto si corresponde a los sueños pseudocientíficos (cientifistas) de inmortalidad individual (reducida a la longevidad terrestre perpetua) como a las ideologías económicas posmodernas de éxito material supuestamente colectivo (incluidas las falsas nociones de crecimiento indefinido o de productividad macroeconómica). Si, más que del «dominio del mundo (y de los demás)», se trata del dominio del propio «desarrollo espiritual» -si es que esta noción tiene algún sentido-, nos encontramos ante una serie de ensueños pseudoesotéricos, en los que el adepto está ciego ante su autoproclamada elección y ya no percibe su vanidad demiúrgica e ilusoria. Nos parece que sería mejor, sin complejos, abrazar esta fórmula de «estación de ferrocarril»3: «El destino no es lo que podría suceder, sino lo que sucede»; o lo que sucederá. Dicho de otro modo: no conoceremos nuestro destino hasta el final, así que no tiene sentido preocuparse por él como tal. Por todo ello, por paradójico que parezca, no debemos descuidar la búsqueda de la acción oportuna o justa.
Acción oportuna o justa
El significado primario de «oportunidad» nos orienta hacia la noción de acción correcta, en contraposición a la de «oportunidad que podría aprovecharse aunque suponga comprometer los principios». Además de la correspondiente noción hindú de niskāmakarman (‘acción sin deseo’ o acción correcta o adecuada) mencionada, podemos hacerla corresponder con sattva, una de las tres guṇa o ‘cualidades del ser’ del Sāṃkhya. Estas tres guṇa son tamas (inercia y sus correspondientes: oscuridad, cobardía, color negro, caída, etc.), rajas (dinamismo, energía, actividad, color rojo, expansión, dispersión centrífuga….) y sattva (el equilibrio, la serenidad, el estado luminoso, el color blanco, la ascensión…), este último significa literalmente: «conformidad con el ser»4.
En relación con una cruz, tamas es la línea media que desciende desde el centro y se aleja del Principio hacia (lo que sería) la nada; rajas es la expansión horizontal, el dominio del tener, de lo cuantitativo (que incluye la acumulación de riqueza así como la erudición, el virtuosismo así como el rendimiento deportivo); y sattva es la elevación vertical desde el centro, el «más-ser», la consecución de estados «superiores» del ser.
Es interesante observar que rajas es el paso de tamas a sattva. Por ejemplo, en términos de simple progreso moral, un acto rajásico podría ser el antídoto de una tendencia tamásica (como la acción heroica de un cobarde habitual) y, de forma más general, recomendaríamos un comportamiento rajásico para las personas tamásicas, y luego un comportamiento sáttvico para las personas rajásicas. En el plano espiritual, la negación de la Trascendencia es tamásica, y situar la Causa o el Fin en el eje del desarrollo del mundo, es decir, confundir el Arriba con el Antes, es rajásico (Teilhard de Chardin, por ejemplo, o las teorías de la reencarnación).
En el sufismo, estas tres tendencias son al-‘umq: profundidad, al-‘urd: amplitud y at-tûl: altura. Por ejemplo, en la sura al-fâtihah («el que abre»), que es la introducción al Corán, leemos:
Guíanos por el camino recto, /el camino de aquellos sobre quienes recae Tu gracia, /no de los que sufren Tu ira, ni de los que vagan
Hablando de estas tres tendencias, el Profeta trazó una cruz: Eç-çirâtul-mustaqîm, el camino recto, es la vertical ascendente; la cólera divina actúa en sentido contrario; la dispersión de los que vagan, el Ed-dâllîn, está en la horizontal5. Esta «oportunidad», esta acción «oportuna» o «justa» que hay que buscar será, pues, la de la «magnitud» (sufismo), que nos lleva a la conformidad con el ser (Sāṃkhya). En el cristianismo, hablaremos de «hacer la voluntad del Padre», es decir, según la enseñanza de Cristo, de «Buscar primero el Reino de Dios» (Mt VI, 33; Lc XII, 31), que está «dentro de nosotros» (cf. Lc XVII, 21). Este centrarse en sí mismo es, en concreto, el camino indicado por la Virgen María. Consiste esencialmente en la abnegación (Abneget semetipsum)6, para proceder a anattā: la aniquilación del yo (budismo) o la «neantización del yo»7, es decir, descubrir que eres un no-yo; o alcanzar el al-fanā’ (extinción, en el sufismo) o el nirvāna (extinción, en el hinduismo) o ese «centrarse en el eje de la rueda cósmica» (taoísmo).
La conclusión que debe sacarse nos parece bien resumida por la enseñanza de Cristo en S. Mateo. Mateo, de la que sólo hemos mencionado una parte («buscad primero el Reino y su justicia») pero que continúa con «y lo demás se os dará por añadidura». Puede «interpretarse metafísicamente como ‘buscad primero lo Absoluto – y lo relativo se os dará por añadidura'»8. Se trata, pues, radicalmente, de distinguir entre el amor de Dios y el amor del mundo, entre el Reino y la tierra. El único destino relevante está en Dios; lo que queda es la oportunidad de actuar correctamente en relación con la tierra.
¿Predestinación o providencia?
Hemos visto que la providencia es aquel atributo por el que Dios dirige el curso de los acontecimientos (cf. el significado de «proveer»), habiendo determinado, para cada criatura, el fin a alcanzar y los medios necesarios (cf. el de «prever»); ¿qué hay de la predestinación?
En sentido amplio, la predestinación es lo que hace posible recibir una gracia determinada. En sentido estricto, se refiere al «designio eterno e infalible por el que Dios decide conducir a la salvación a quien Él quiere». Esta revelación proviene de San Pablo: «A los que Dios conoció de antemano, los predestinó, y a los que predestinó, los llamó» (Romanos VIII, 30)9, doctrina que evidentemente puede leerse también en S. Juan, aunque no se utilice la palabra «profeta» propiamente dicha. También en S. Juan, aunque no se utilice la palabra misma: «Nadie puede venir a mí si mi Padre no le atrae» (6, 44).
Esta predestinación, que permite al hombre recibir la gracia de la salvación10, es exclusivamente «positiva»: por una parte, Dios evidentemente ha «conocido de antemano» a todos los hombres (y, por tanto, los ha predestinado y llamado a todos) y, por otra, es por esencia difusor del Bien11.
Los dos escollos que hay que evitar son, en primer lugar, el de confundir esta predestinación (etimológicamente: «vocación») con cualquier tipo de determinismo, que negaría la libertad dada al hombre, y en segundo lugar, y sobre todo, el de pensar que se afirmaría, o incluso sólo se implicaría, su inversión: una predestinación «negativa» de los condenados12. En efecto, la presciencia de Dios le hace conocer a quien le rechaza (ésta es su libertad), conservando al mismo tiempo su vocación (predestinación) a la salvación13.
Entendida así, la predestinación es el destino último del hombre: su salvación, y la providencia es lo que Dios ha previsto y proporciona al hombre en su camino. La primera gracia es esencial y corresponde al Cielo eterno; la segunda es providencial y acompaña el paso terrenal.
Volvamos a examinar esta predestinación, a la luz del Amor de Dios – demasiado abstractamente mencionado («difusor del Bien») – y siguiendo las indicaciones de Jean Borella14.
El amor de Dios es necesariamente un amor de elección, un amor de elección. Me parece que todo el Antiguo Testamento lo enseña. Cuando Dios ama a alguien -y Dios ama a todos-, lo ama con un amor único y exclusivo que distingue al amado de todos los demás. La llamada se dirige a muchos, pero el amor se dirige a uno, porque el amor es personal. Entre la llamada y la elección está la distinción entre creación y deificación. Dios crea las cosas y los seres llamándolos a la existencia, y esto concierne a la multitud de seres y cosas, al mismo tiempo que esta creación es una llamada a conocer a Dios. Pero la elección es siempre y en todo momento la elección de una sola persona, porque cada vez es una sola persona la que responde a la llamada a Dios que es cada criatura. […] La elección es de orden distinto a la llamada. La llamada es de orden cósmico y puede, en el caso de la creación terrena, estar sujeta a la cantidad; la elección es del orden de la gracia y ya no está sujeta a la cantidad. […] La elección está fuera del ámbito de los números. […] Esto es lo que implica la respuesta de Cristo en Lc XIII, 23: «Maestro, ¿serán pocos (oligoi, unos pocos) los que se salven?», (oligoi como en Mt XXII, 14). Y Jesús no responde ni sí ni no, sino «esforzaos por entrar por la puerta estrecha» […]. La puerta aquí es thura, la puerta de una casa o habitación, no una puerta monumental. ¿Qué es una puerta estrecha? Es una puerta que se atraviesa de uno en uno.
Conclusión
Nos parece que la única conclusión posible reside en el misterio de esta paradoja de toda acción humana, que ha de ser a la vez inútil y necesaria. «Inútil», porque sólo la gracia de Dios sostiene todo destino; «necesaria», porque la libertad del hombre se expresa en última instancia en su centrarse voluntariamente (donde está el Reino), en su ponerse en conformidad con el ser (sattva), en definitiva, en abandonar su propia voluntad para abrazar la del Padre. La conclusión se encuentra ciertamente también en esta distinción radical entre esperanza («espoir» en francés) y esperanza («espérence» en francés)15, porque la esperanza («espérence») no es esperanza («espoir»): la esperanza («espérence») de algo indecible no es la esperanza («espoir») de un bien concebible; «Que me mate y aún esperaré en Él», decía Job (13, 15).
Si queremos completar estas dos indicaciones últimas y radicales (que necesariamente siguen siendo paradójicas en apariencia), digamos que las elecciones prácticas que hay que hacer en la vida cotidiana deberían simplemente estar ordenadas por ellas. Podríamos decir: «No pierdas de vista lo esencial en aras de lo secundario». Aquí habla por sí sola la «sabiduría» india, que, al distinguir los cuatro objetivos del hombre: mokṣa, dharma, kāma, artha (la liberación, el deber, la riqueza y el placer), especifica sobre todo que deben perseguirse tanto jerárquica como simultánea y armoniosamente.
Para no ser demasiado sibilino y dar un consejo práctico, digamos que las respuestas deben nacer del interior. Algunos dirían: «hay que «vaciar el aire», para que pueda aparecer la respuesta, que es necesariamente única para cada persona». Este «vaciarse» implica dos aspectos estrechamente relacionados: el abandono de la propia voluntad (como en el entrenamiento de tiro con arco zen que se practica con los ojos cerrados) y la confianza en la providencia, a la que se ha dado así espacio para expresarse, sobre todo porque es «el Espíritu mismo [quien] ruega por nosotros con gemidos inefables» (Romanos VIII, 26).
Notas
- Los elementos aquí reunidos proceden de Larousse (3 vol.), (nuevo) Petit Le Robert, Vocabulaire de la philosophie et des sciences humaines (Morfaux, A. Colin), Dictionnaire étymologique et historique du français (Larousse) y Dictionnaire théologique (L. Bouyer), s.v.[↩]
- Metafísicamente, dos cosas que serían idénticas en todos los aspectos serían, por tanto, una misma cosa. Esta multiplicidad de cosas, necesariamente diferentes pero que forman un todo, encuentra su análogo en la multiplicidad de los seres (humanos) y en el misterio de su unidad en Cristo: el Cuerpo Místico del que Él es la cabeza y la humanidad los miembros (San Pablo) o la Vid y la humanidad los sarmientos (San Juan). Véase el artículo «El Cristo hologramático o el holograma cristológico»[↩]
- Frédéric Dard (San Antonio); la frase «literatura de estación de ferrocarril» es suya.[↩]
- Estas «tendencias» se aplican por igual al macrocosmos y al microcosmos, al universo y al hombre.[↩]
- cf. Titus Burckhardt, Introduction aux doctrines ésotériques de l’Islam.[↩]
- «Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, et tollat crucem suam, et sequatur me» («Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga», Mt XVI, 24.[↩]
- En palabras del filósofo japonés Kitaro Nishida (1870-1945).[↩]
- Jean Borella, Problèmes de gnose, de próxima publicación, L’Harmattan, 2007 (cap.6, sección 3, § 6.[↩]
- cf. también Romanos VIII, 28-30, I Corintios II, 7, Efesios I, 5 & 11 y Mateo XX, 23. Estos textos pueden compararse con lo que Dios dijo a Jeremías en el Antiguo Testamento: «Antes de formarte en el seno de tu madre, te conocí; y antes de que salieras de su seno, te consagré, te hice profeta para los gentiles» (Jer I, 5-6).[↩]
- cf. Denzinger-Bannwart, 321-322 & S. Tomás, S. Th. 1a, q.23 & 24. 24.[↩]
- «Deus caritas est» y el Bien es difusión de sí mismo (Bonum diffusivum sui esse).[↩]
- El Segundo Concilio de Orange, en 529, definió como doctrina ortodoxa de la Iglesia la plena y entera facultad de todos los bautizados de salvarse si así lo desean.[↩]
- André Dumas concluía lo siguiente: «La predestinación es, pues, el término teológico que atestigua la anterioridad del amor de Dios en relación con nuestra libre adhesión. Contra el destino, es una llamada de Dios y, contra el determinismo, una respuesta elegida por el hombre», Encyclopædia Universalis, s.v.[↩]
- Carta privada, febrero de 2007.[↩]
- En francés, comparado con «espoir», «espérence» es sin expectativa particular, no es la esperanza de algo.[↩]