Definición (recordatorio)

La sincronicidad es un concepto desarrollado por Jung (1875-1961) para dar cuenta de la aparición simultánea de un estado psíquico y un acontecimiento, sin vínculos causales entre ellos, pero que pueden tener sentido para la persona que los experimenta. Se denomina entonces «coincidencia acausal significante (y subjetiva)».

Se citan dos fuentes: el filósofo Schopenhauer (1788-1860), que habló de «simultaneidad sin vínculo causal, que llamamos azar» 1 y la «simultaneidad significativa» (un equivalente de la «coincidencia significante»), y el zoólogo Kammerer (1880-1926), que inventó la «ley de la serie» – esta ley de la serialidad complementa las leyes de la causalidad y la finalidad2.

En las teorías junguianas, la sincronicidad ha permanecido como una hipótesis, a veces equiparada a la magia, y los casos de sincronicidad también pueden caer en los campos de la parapsicología (telepatía, telesestesia, clarividencia) o la adivinación (I Ching, sueños premonitorios, por ejemplo).

La psiquiatría actual niega esta teoría e incluso considera un síntoma patológico estar al acecho de posibles mensajes, denunciando estos «delirios de interpretación».

Lo que podemos pensar, científicamente

La hipótesis científica del unus mundus («Un mundo»)

Jung tomó prestado este término de Schopenhauer cuando definió un universo intermedio (al que llamó psicoide), donde las energías psíquicas y físicas están unificadas. Es un estado en el que no se distinguen ni la materia ni la psique. En palabras del físico Olivier Costa de Beauregard (1911-2007), tenemos un «infrapsiquismo coextensivo con el mundo cuatridimensional de Einstein-Minkowski»3. El físico Pauli (1900-1958) -premio Nobel en 1945- suscribió las hipótesis de Jung (con quien elaboró un diagrama que combinaba la física y la psique) y demostró cómo las representaciones científicas (Kepler, Einstein, etc.) surgen de imágenes interiores espontáneas.

La hipótesis del unus mundus también puede utilizarse para explicar, por ejemplo, los fenómenos psicosomáticos o, directamente, la somatización que sigue a las patologías psíquicas (Michel Cazenave).

Los epistemólogos actuales, a veces al margen de la física oficial, están reinterpretando la física cuántica para dar cabida a la psique y la mente (por ejemplo, Tom Atham & Emmanuel Ransford: Les racines physiques de l’esprit. Le mystère des quanta et de la conscience, publicado por Quintessence, 2009).

El mal uso de las estadísticas

Por definición, la probabilidad de que se produzca un acontecimiento improbable es baja. Por otro lado, de un número muy grande de sucesos estadísticamente improbables, es muy probable que ocurra uno. Dicho de otro modo, los sucesos de coincidencias acausales, reducidos a la infinidad de todos los sucesos posibles de este tipo, no pueden por tanto constituir ningún tipo de prueba científica.

La «paradoja del cumpleaños» ilustra este mal uso de la estadística: ¿cuántas personas necesita reunir para tener una probabilidad entre dos de que dos personas de este grupo cumplan años el mismo día (nacidos el mismo día de los 365, pero no el mismo año)? Todo lo que necesita son 23 personas, y con 57 personas la probabilidad es superior al 99%. Esta realidad estadística es contraintuitiva, pero real al fin y al cabo. Verlo como una señal es ser un iluso.

Las implicaciones metafísicas

La búsqueda de sentido

En un mundo desacralizado (o secularizado o secularizado), el sinsentido (o el absurdo sartreano, o la muerte de Dios nietzscheana, o el nihilismo ruso, etc.) ofende a las personas que se lanzan a una «búsqueda de sentido», por ejemplo a un (in)cierto budismo occidentalizado o a diversas «vías» de «desarrollo personal», o incluso a sectas. Los casos de sincronicidad, que todos experimentamos (pensamos en alguien, nos llaman por teléfono), son una oportunidad para cometer el error probabilístico antes mencionado y percibir señales (significado) detrás de acontecimientos fortuitos, hasta el punto de pensar en abrir nuevas vías espirituales. En literatura, vemos a «escritores» subirse al carro (El alquimista, de Paulo Coelho, por ejemplo).

Simultaneidad metafísica

Todo lo que existe en lo relativo (hic et nunc) se encuentra esencialmente, más allá del tiempo y del espacio, dentro de un absoluto eterno (o instantáneo), y es por tanto de algún modo simultáneo (intenté ‘dar cuenta’ de ello en Initiation à la métaphysique. Les trois songes, París: l’Harmattan, 2008, Prefacio de Michel Cazenave; «Tu sors de l’espace-temps» («Usted sale del espacio-tiempo»), pp. 27-31 y comentario pp. 53-54.)). Así pues, antes de la existencia del mundo: espacio y tiempo, no hay, en particular, tiempo. El acto de la creación no está en el principio del tiempo, incluye la creación del tiempo, está en su principio4. Si somos capaces de imaginar al menos lo Absoluto, la simultaneidad esencial se hace evidente y puede constituir la base de todo tipo de simultaneidades relativas.

La fuente única de la «materia espiritual» teológica

En la teología cristiana, la doctrina de la creatio ex nihilo es muy precisa: la creación es productio rei ex nihilo sui et subjecti. Toda producción es por tanto ex nihilo sui, lo que significa que la forma producida no existía de antemano, pero también ex nihilo subjecti, lo que significa que no había materia preexistente a partir de la cual y en la cual la forma hubiera sido producida por Dios. La creación ex nihilo significa por tanto a contrario que Dios es la única Causa, tanto formal como sustancial, de lo que existe.

Esta Fuente única ha permitido a varios autores sobrevivir (intelectualmente) al irreductible dualismo cartesiano cuerpo-alma (hoy superado): Malebranche gracias a una permanente intervención divina, Leibniz mediante una armonía preestablecida, y Spinoza con una solución «panteísta».

Sea como fuere, el «saber tradicional» no separa el cuerpo y la mente, sino que los ve como una polarización de un origen común: el polo sustancial y el polo esencial, y no indica que uno surja del otro como en La biologie de la conscience («La biología de la conciencia») de Edelman (Odile Jacob, 1992) o en un idealismo empírico à la Berkeley (1685-1753), donde la materia es una mera abstracción y sólo existen las mentes y las ideas percibidas.

La única fuente de sentido

La reflexión filosófica muestra que el sentido es inabarcable. El acto cognitivo como tal es aquel «por el que un objeto conocido se une directamente a un sujeto que conoce, en una especie de transparencia recíproca que es la experiencia misma de lo inteligible»5. Como mostró claramente Simone Weil, «la inteligencia, en su acto de intelección, es perfectamente libre, y ninguna autoridad, ninguna voluntad, ni siquiera la nuestra, tiene poder sobre ella: no podemos obligarnos a comprender lo que no comprendemos».

Esto significa que antes de «buscar el sentido», debemos reconocer que existe un sentido, y que este sentido nos es dado (podemos pensar aquí en el conocimiento platónico a través del recuerdo). En lenguaje cristiano, hablamos de la «Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn I, 9). Así pues, el primer paso hacia el conocimiento es necesariamente el de la humildad absoluta, que regirá el resto. Sin renunciar a la propia supuesta luz (y, en particular, a las luces artificial del siglo epónimo), estamos persiguiendo quimeras, y el orgullo sólo construye «conocimiento ignorante»6.

Conclusión (provisional)

Como vemos, la cuestión de la sincronicidad -ya se trate de explicar la física cuántica o los sueños premonitorios- plantea una crítica del conocimiento. En otras palabras, la propia epistemología científica necesita, en nuestra opinión, una epistemología filosófica (o crítica del conocimiento), una metafísica (y por tanto una ontología, de la que carece)7

Notas

  1. Parerga und Paralipoména (1850).[]
  2. Esta teoría fue desarrollada, en cierto modo, por Rupert Sheldrake (1942) con el concepto de «resonancia mórfica» o «campos morfogenéticos» : Por ejemplo, lo que un laboratorio enseña a las ratas, lo saben las ratas de otro laboratorio al otro lado del mundo, sin que exista ningún vínculo entre ellas.[]
  3. Fue él quien propuso el principio de causalidad retrógrada para explicar la física cuántica.[]
  4. Como en la fórmula in principio erat Verbum (Evangelio de Juan, Prólogo), a veces mal traducida como «en el principio era el Verbo», en lugar de «en el principio» o equivalente.[]
  5. Jean Borella, Lumières de la théologie mystique, L’Âge d’homme, 2002, p. 124.[]
  6. Incluso si es, por supuesto, bastante agradable saber cómo enviar un hombre a la luna o tener un frigorífico.[]
  7. véase Wolfgang Smith, Physics, a science in quest of an ontology (Philos-Sophia Initiative Foundation, 2023.[]