Publicado en Morena Campani, Mieko Matsumoto, A la recherche d’aïda, Va-et-vient de deux femmes entre Occident et Extrême-Orient («En busca de Aida, las idas y venidas de dos mujeres entre Occidente y Extremo Oriente»), L’Harmattan, 2022.
La película «A perdita d’occhio» («Hasta donde alcanza la vista»), de Morena Campani y Mieko Matsumoto, revela la noción de aïda, muy particular de la cultura japonesa. Así es como puede entenderse.
«Aïda«: espacio, intervalo, distancia, hueco, espacio libre, intersticio, espaciamiento… si el aïda distancia o distingue a los seres, es sobre todo porque al mismo tiempo el aïda los conecta, hace de unión, logra una conjunción de los seres entre sí -y hace de vínculo con los seres de la naturaleza.
De este modo, aïda es lo contrario de una frontera; una frontera separa, mientras que aïda conecta. La frontera define al extranjero, al «alien» («forastero», «extraterrestre») -como leemos al llegar al aeropuerto de Tokio- o incluso al enemigo; conduce a la guerra, a la xenofobia y al racismo; pronto será dentro de las fronteras donde habrá que purificarse para alcanzar la homogeneidad, una uniformidad totalitaria. Por el contrario, aïda es un vínculo entre singularidades, originalidades y diferencias. Aïda es una apología del amor a la diferencia.
En efecto, si hay un encuentro efectivo entre dos seres, es gracias a la aïda, ya que, de lo contrario, o bien todo confluye en una pseudounidad, unificándose por indistinción de los seres, o bien los aísla en soledades insoportables -incluso el ermitaño sólo es tal porque existen otros-.
Gracias a la aïda, los seres ya no están indiferenciados en la masa, ni aislados, insularizados, en la ilusión de superioridad, de primacía egoísta; pueden producirse encuentros. Las singularidades pueden reconocerse en un auténtico encuentro, una aïda que proporciona modestia y apertura, pudor y asombro.
Filosóficamente, pasamos de la primacía del ente a la primacía de la relación; aïda es la posibilidad de toda relación; aïda funda así una metafísica de la relación, dejando obsoleta una metafísica exclusiva del ente.
Así pues, si «mour» significa «morir», a-mour, con su privativo «a», es el antídoto contra la muerte1. La muerte de los entes es inevitable, pero ¿no es eterna la relación que los une?
Las relaciones con los antepasados y las fuerzas de la naturaleza constituyen la base espiritual del sintoísmo; aïda es, pues, el acceso mundano a la espiritualidad sintoísta. En el cristianismo, el Padre crea el mundo a través del Hijo en el Espíritu Santo, que es, dentro de la Trinidad, la relación de don y amor entre el Padre y el Hijo -lo que demuestra que una Relación puede ser una Persona- y, en el universo, es el fondo divino inmanente que une a todos los seres, es la aïda eterna.
Notas
- En francés -y también en español-, existe la consonancia entre «amour» (amor) y «mourir» (morir).[↩]