Normalmente, las causas segundas «dan vueltas en círculo»; por ejemplo, el calor procede de la combustión, que necesita el oxígeno producido por las plantas mediante la fotosíntesis, gracias al sol y a la clorofila, y así sucesivamente. Es el griego anankè stênai: es necesario detenerse (Aristóteles, Metafísica, L. 2, II, 994b; L. 12, III, 1070a).
La doctrina de la eficacia de las causas segundas es crucial en metafísica, porque muestra que la dependencia de los seres de una causa primera trascendente, lejos de privarlos de eficacia causal, por el contrario la justifica y fundamenta (S. Tomás de Aquino, siglo XIII). En el plano ontológico, la eficacia de los seres se manifiesta a través de los cuatro tipos de causa: la causa material, la causa formal, la causa eficiente y la causa final. En el plano teológico, la criatura está justificada para actuar por lo que es Dios, la causa primera, inteligencia pura y voluntad pura, luego causa de la causalidad misma de la causa segunda.