Wolfgang Smith (1930-2024), matemático, filósofo de la física y metafísico.
John Taylor es estudiante de posgrado en la London School of Economics.
Este artículo fue publicado originalmente por Philos-Sophia Initiative.
De lo que se trata aquí es de demostrar que el concepto de espacio absoluto de Newton no es tan problemático como se pensaba, y que el conflicto entre relacionalistas y substantivistas puede resolverse. Todo lo que tenemos que hacer es adoptar la distinción ontológica de Wolfgang Smith entre lo corpóreo y lo físico. Esto demostrará que el espacio absoluto y el relacionalismo no son más que dos caras de la misma moneda. Como resultado, ciertas cuestiones de la mecánica, como el movimiento, tradicionalmente consideradas físicas, son en realidad metafísicas y pueden explicarse en consecuencia.
Introducción
La publicación de los Principia Mathematica de Sir Isaac Newton en 1687 marcó un hito importante en el desarrollo de una verdadera explicación matemática del movimiento. Antes del revolucionario tratado de Newton, la comprensión humana de la cinemática había sido en gran medida ontológica, y figuras célebres de la física prenewtoniana como Aristóteles proponían explicaciones teleológicas del movimiento de los cuerpos1. Newton se apartó resueltamente de este paradigma mecanizando la física del movimiento y eliminando cualquier atisbo de teleología. Para ello propuso un modelo revolucionario en el que las masas informes de materia se rigen por fuerzas universales. Desde un punto de vista, la mecánica de Newton fue el primer paso hacia el enfoque instrumental de la física que prevalece hoy en día; este enfoque se caracteriza por la minimización ontológica y una gran dependencia de los conceptos operacionales para obtener resultados empíricos2. Desde otro punto de vista, sin embargo, la mecánica de Newton era cualquier cosa menos instrumental: de hecho, aunque Newton eliminó la metafísica del desarrollo de predicciones, su mecánica seguía arraigada en entidades metafísicas objetivas como explicaciones últimas de los resultados empíricos3.
Un ejemplo fascinante de esta dependencia metafísica es el concepto de espacio absoluto de Newton. Según Newton, hay dos formas de espacio: los «espacios relacionales», definidos por relaciones mensurables entre objetos (por ejemplo, distancias mensurables y velocidades relativas); y el «espacio absoluto», una entidad más profunda y fundamental, cuya existencia teórica es independiente de los objetos que contiene, y que es el escenario último de todo movimiento4. El espacio absoluto funciona únicamente como postulado metafísico en la mecánica de Newton, un reconocimiento que se convirtió en el punto de partida de uno de los debates científicos más intensos de la historia, entre Newton y Gottfried Leibniz.
El debate entre Newton y Leibniz5 se centró en si el espacio debía entenderse como un conjunto de relaciones entre cuerpos (relacionalismo) o como un absoluto, distinto de los cuerpos y sus relaciones (sustantivismo). w0 Inicialmente prevaleció la posición de Newton, apoyada en experimentos mentales como el del «cubo de Newton»6. Gradualmente, el consenso moderno cambió hacia el relacionalismo7, notablemente con la introducción del principio de Mach y la relatividad de Einstein. A partir de entonces, el concepto de espacio absoluto de Newton se consideraría una noción anticuada que habría que relegar a los libros de historia.
En este ensayo, intentaré demostrar que el concepto de espacio absoluto de Newton no es tan problemático como muchos sospechan; el conflicto entre relacionalistas y substantivistas puede reconciliarse en gran medida adoptando ciertas distinciones ontológicas propuestas por el matemático y filósofo de la física Wolfgang Smith; desde este punto de vista, argumentaré que el espacio absoluto y el relacionalismo son simplemente dos caras de la misma moneda. A continuación, utilizaré esta conclusión para argumentar que ciertas cuestiones de la mecánica, tradicionalmente consideradas físicas, son en realidad metafísicas y pueden explicarse en consecuencia; estas cuestiones se refieren a la naturaleza de los marcos de referencia y de la física como tal. Por último, exploraré cómo estas ideas abren la posibilidad de revitalizar la mecánica aristotélica, aunque en un sentido matizado.
La ontología de Wolfgang Smith
Wolfgang Smith sostiene que la naturaleza comprende dos reinos distintos. El primero es el «mundo corpóreo», que abarca los cuerpos y las cualidades sensoriales que encontramos con nuestros cinco sentidos ordinarios8. La metafísica moderna tiende a subjetivizar estas cualidades; a la Locke, las cualidades sensoriales o «secundarias» como el color se interpretan a menudo como un artificio de la mente más que como una propiedad inherente del mundo externo9. Wolfgang Smith se opone vehementemente a esta noción, argumentando que todos los atributos percibidos sensorialmente son una parte integral de los objetos externos, que él llama «corpóreos» (ibid.). En adelante, me referiré al dominio independiente de la mente que contiene estos atributos como el mundo corpóreo.
El segundo dominio de la ontología de la naturaleza de Smith es el «universo físico», que abarca los objetos medibles accesibles a la física (ibíd., p. 29). A continuación, Smith divide el universo físico en dos subdominios. El primero es el dominio «transcorpóreo», que incluye los objetos mensurables no asociados directamente a una entidad corporal específica (ibíd., p. 35); en un libro reciente, Smith identifica los objetos transcorpóreos directamente con los sistemas cuánticos10. El otro subdominio, el «subcorpóreo», comprende los objetos corpóreos tal como se entienden en sus dimensiones cuantitativas11. En otras palabras, para cada objeto corpóreo X, existe un objeto subcorpóreo asociado SX. A diferencia de X, SX está desprovisto de cualidades sensoriales y consiste en los restos cuantitativos de X. En otras palabras, SX es X concebido en los términos mensurables de la física, es decir, geométrica, termodinámica, espaciotemporal, etc. (ibíd.).
Aunque SX es cuantitativa, participa no obstante de la realidad de X, lo que lleva a Smith a su siguiente distinción fundamental entre totalidad y totalidad irreductible (TI, IW en los textos ingleses). En el marco ontológico de Smith, la totalidad irreductible trasciende una simple adición de partes12, a diferencia de la totalidad ordinaria, que es una mera colección de partes.
El ejemplo clásico de una IT es el círculo, ya que cualquier instanciación de un círculo no puede, por definición, reducirse a una simple colección de puntos en un grafo. Para ilustrarlo, imaginemos un gráfico lleno de una colección aleatoria de puntos inconexos dispersos por todo el plano. A pesar de la posibilidad de conectar estos puntos para formar un círculo, ningún observador racional percibiría un círculo en esta disposición caótica antes de hacerlo. Esto indica que un círculo no es reducible a un conjunto de puntos en un gráfico y, por tanto, es TI. Además, incluso si imaginamos un conjunto de puntos dispuestos en círculo, es evidente que el concepto de «círculo» debe preceder a la disposición de estos puntos; de lo contrario, sería imposible organizarlos de esta forma en primer lugar. Este hecho fue reconocido por el famoso psicólogo de la Gestalt Wolfgang Köhler13, que reiteró la idea de Aristóteles de que el todo es más que la suma de sus partes.
Smith sostiene que en el mundo corpóreo, cualquier objeto X es necesariamente TI, característica que se ve reforzada por la posesión de lo que Santo Tomás de Aquino denomina una «forma sustancial», que organiza la materia en una cosa y no en otra14. Y puesto que todos los objetos corpóreos X son totalidades irreductibles, también lo son sus objetos homólogos SX. Sin embargo, la totalidad irreductible de SX es puramente cuantitativa y constituye las propiedades físicas clásicas objetivas que también se encuentran en el objeto corpóreo X asociado a él, a través de la participación del primero en el ser del segundo.15
Sustantivismo y relacionalismo
A la luz de la ontología de Wolfgang Smith, ahora podemos afrontar el reto de conciliar el sustantivismo y el relacionalismo. En esencia, propongo que el relacionalismo se refiere al ámbito subcorpóreo. Sin embargo, cuando ascendemos al ámbito corpóreo, nos encontramos con algo más que meras relaciones espaciales: encontramos un espacio absoluto que existe independientemente de los cuerpos que contiene.
Cuando observamos el mundo corpóreo, nos encontramos con un espacio que trasciende la medida. Percibimos un espacio independiente, distinto de los cuerpos que contiene y de las relaciones mensurables entre ellos. En otras palabras, el espacio parece ser más que la suma de sus partes y poseer una especie de corporeidad o perceptibilidad. Esta es una de las razones por las que propongo que el espacio corpóreo se considere sustantivo, que va más allá de la suma de sus partes y relaciones mensurables. De hecho, en el ámbito corpóreo, el espacio asume una identidad propia, como TI, y como contenedor-límite independiente((Por «contenedor-límite» entiendo el espacio concebido como una «frontera» cósmica. Sin embargo, como señala Smith, el espacio como frontera no es incompatible con el hecho de que también sea un «contenedor vacío», es decir, una sustancia independiente que contiene objetos. Además, podría ser que el aspecto de frontera del espacio tuviera prioridad, mientras que el aspecto de contenedor dependiera parasitariamente del primero. Véase «Cosmic vs. Measurable Time: From Physics to Cosmology»: https://philos-sophia.org/cosmic-measurable-time/), debido a su perceptibilidad 16.
Cuando pasamos de lo corpóreo a lo subcorpóreo, lo único que queda son relaciones mensurables entre objetos, como las distancias. Esto corresponde al planteamiento fundamental de la física, que se centra en estas relaciones sin invocar la noción de espacio absoluto. La distinción de Wolfgang Smith entre lo corpóreo y lo físico sienta las bases de una reconciliación entre el substantivismo y el relacionalismo, permitiendo que ambas perspectivas sean válidas, aunque a niveles ontológicos diferentes.
Aunque el ámbito corporal va acompañado de un espacio que trasciende las relaciones mensurables, no deja de ser cierto que el espacio corporal es mensurable. Ello se debe a que, aunque el espacio puede dividirse en un conjunto mensurable de relaciones, por un lado, y en algo mayor, por otro, la concepción mensurable del espacio en el nivel subcorporal sigue participando del espacio corporal no mensurable, de forma análoga a como un objeto subcorporal SX participa de un objeto corporal X, al tiempo que conserva una identidad distinta de X17. Por lo tanto, aunque tanto el sustantivismo como el relacionalismo son nociones válidas en sus respectivos ámbitos, siempre hay un sentido en el que la concepción relacional del espacio es auxiliar de la concepción sustantivista, a saber, que la primera es la dimensión mensurable de la segunda.
Las consideraciones hechas aquí sobre el espacio se aplican también a la naturaleza del tiempo, con una diferencia importante. Para Wolfgang Smith, el tiempo no se origina en el mundo corpóreo, sino en un ámbito superior que denomina «intermedio»18. El nivel intermedio consiste en un flujo ininterrumpido de tiempo cósmico, sin relación con el espacio, sin parámetros ni relaciones corporales19. Este tiempo cósmico es esencialmente inconmensurable, pero también determina las relaciones temporales que pueden medirse a nivel corporal. Para utilizar el léxico de la física moderna, el «sustantivismo» en relación con el tiempo es válido en el nivel intermedio, y el «relacionalismo» en relación con el tiempo es válido en los niveles corpóreo y subcorpóreo.
Una vez más, también podemos suponer que las relaciones temporales mensurables entre cuerpos corpóreos participan del tiempo inconmensurable del intermediario. Esto se debe a que el tiempo cósmico determina y sustenta estas relaciones mensurables. Sin embargo, las relaciones temporales mensurables entre cuerpos no son esenciales al tiempo como tal; el tiempo seguiría siendo concebible sin cuerpos en relaciones temporales mensurables, del mismo modo que el espacio es concebible sustancialmente sin relaciones espaciales mensurables. Por el contrario, estas relaciones mensurables derivan su existencia de su participación en algo inconmensurable. Como observa Platón, «si uno no tiene participación en el tiempo, ¡no ha devenido, no ha llegado a ser y no fue en el pasado! (Parménides, 141).
Teleología, movimiento y física
El análisis anterior prepara el terreno para lo que me ocupa en esta sección: la relación entre teleología, marcos de referencia y física.
El principio de que «todos los sistemas de referencia inerciales son iguales» es bien conocido por cualquier estudiante de física. Este principio establece esencialmente que entre dos sistemas de referencia no acelerados, ninguno puede afirmar estar en un estado de movimiento absoluto con respecto al otro. En otras palabras, ningún sistema de referencia inercial puede afirmar con razón que está realmente inmóvil mientras considera que el otro está realmente en movimiento20. Más bien, las afirmaciones sobre el movimiento deben relativizarse según marcos de referencia inerciales específicos. Sin embargo, siguiendo con la sección anterior, la existencia del espacio absoluto sugiere que este principio puede ser incompleto. La existencia y corporeidad del espacio absoluto implica que el movimiento inercial va más allá de un mero fenómeno físico y, por tanto, debe ser, en cierto sentido, absoluto.
En este contexto, sostengo que algunos marcos de referencia inerciales pueden, de hecho, ser privilegiados sobre otros, aunque sobre una base no física, o corporal21. Propongo que este privilegio es teleológico. Una vez defendida y expuesta esta propuesta, concluiré esta sección considerando sus ramificaciones para nuestra comprensión más amplia de la relación entre la física y el movimiento.
Tomemos el ejemplo clásico de un tren que se desplaza sobre raíles. Según la física, es perfectamente coherente afirmar que los raíles se mueven mientras el tren permanece inmóvil22. Y en cierto sentido esto es cierto porque lo que el físico percibe no es el tren en sí, sino el objeto físico SX asociado a él. Cuando abrimos literalmente los ojos, obviamente no vemos SX, sino un objeto corpóreo X, con su naturaleza distinta y su forma sustancial, es decir, un tren. Además, a nivel corpóreo, el tren se revela como intrínsecamente diseñado para el movimiento – su telos, o fin, está orientado hacia el movimiento, mientras que los raíles tienen un fin distinto. De ello se deduce que es el tren, y no los raíles, el que está realmente en movimiento. El juicio de sentido común (o punto de vista) del espectador de que es el tren el que se mueve, y no los raíles, resulta ser correcto al final.
Para desarrollar esta idea, consideremos la ingeniería de un tren de vapor en movimiento. El tren aprovecha la energía del vapor, generada por el agua de su caldera, que impulsa los pistones conectados a las ruedas, propulsando el tren hacia delante. Este proceso implica una orientación intrínseca hacia el movimiento por parte del tren. Por tanto, tenemos una razón válida para privilegiar el sistema de referencia del tren frente al de las vías. El tren se mueve, mientras que las vías permanecen inmóviles en movimiento relativo. Es cierto que esta conclusión sólo se extrae sobre una base no física y principalmente a nivel del cuerpo. Esta perspectiva tampoco tiene nada que ver con la física propiamente dicha, que considera los sistemas inerciales como agregados mensurables con iguales derechos a estados de movimiento privilegiados, al menos en términos de cinemática bruta.
Obviamente, este análisis se aplica a cualquier sistema intrínsecamente ordenado al movimiento, desde las tortugas hasta las naves espaciales. En términos generales, propongo que cuando dos objetos se mueven uno en relación al otro de manera inercial, el que está teleológicamente predispuesto al movimiento a través de su manifestación corporal es privilegiado como «en movimiento» sobre el que no lo está23. Este privilegio, a su vez, se extiende al sistema físico SX asociado al objeto.
Pero, ¿cómo interpretamos las situaciones en las que no hay una disposición evidente al movimiento? Por ejemplo, ¿una piedra que se mueve inerte tras ser lanzada, o que cae a tierra bajo la influencia de la gravedad a velocidad terminal?
Por lo general, estos supuestos se dividen en dos categorías, como señala Aristóteles en su Física: (1) movimientos que se producen de forma natural o que surgen de las tendencias locomotoras inherentes a los cuerpos; y (2) movimientos que se producen de forma violenta o que van en contra de las tendencias locomotoras naturales de los cuerpos 24. El caso de una roca que cae a tierra es un ejemplo de «movimiento natural». Este movimiento resulta de la tendencia inherente de la roca a desplazarse hacia el centro de la Tierra, donde encuentra su «reposo natural» (ibíd. L. IV). En cambio, lanzar una roca es un caso de movimiento violento, porque va en contra de la tendencia natural de la roca a descansar cerca del centro de la Tierra.
En los casos de movimiento natural, existen disposiciones inherentes al movimiento, aunque no sean evidentes. Para discernir plenamente estas tendencias, propongo que se consideren dentro de un marco metafísico más amplio del movimiento, como el que se observa, por ejemplo, en la física de Aristóteles. Al analizar dos marcos de referencia en movimiento inercial relativo, debe darse prioridad al marco en el que el objeto corporal muestra una predisposición al movimiento, frente al marco en el que el objeto no la muestra. En los casos de movimiento violento en el ámbito corporal, este movimiento se origina en un objeto A que interactúa causalmente con otro objeto B. La finalidad inherente (telos) de B es estar él mismo en movimiento o transmitir movimiento a A. En los casos de movimiento inercial violento, los objetos implicados en esta interacción causal deben considerarse «en movimiento» en relación con objetos que no lo están. Por consiguiente, en los casos en los que las disposiciones al movimiento no son evidentes, el movimiento real a nivel corporal todavía puede discernirse teleológicamente. Una vez más, estas conclusiones sobre el movimiento no afectan a la física propiamente dicha, ya que se refieren al ámbito corporal.
No obstante, los reconocimientos mencionados nos invitan a reconsiderar la relación entre física y movimiento. Más concretamente, nos obligan a preguntarnos si la física se ocupa realmente del movimiento como tal, es decir, de los cambios reales en el espacio a lo largo del tiempo.
Como hemos señalado, la física -con la posible excepción de la electrodinámica- trata todos los marcos de referencia inerciales de la misma manera. Esto sugiere que, en términos de mecánica rudimentaria, la física de los sistemas inerciales es, de hecho, ciega al movimiento. Aunque todos los sistemas pueden afirmar que están en movimiento, parece que, en un sentido más fundamental, ninguno lo está realmente. Parece que no hay cambios reales en el espacio a lo largo del tiempo, porque cuando cada sistema puede afirmar que está en movimiento a expensas de todos los demás, en realidad se anulan mutuamente. Esto es tanto más cierto cuanto que la física es ciega al origen teleológico del movimiento, el factor que, como he dicho, distingue los marcos de referencia inerciales. En consecuencia, cuando se trata de sistemas inerciales, la física no se ocupa del movimiento como tal. En su lugar, se ocupa de una especie de movimiento sustitutivo en el que todos los sistemas tienen los mismos privilegios y los cuerpos «se mueven» unos respecto a otros (por las razones expuestas, el movimiento relativo resulta no ser un concepto significativo).
Esta comprensión «física» del movimiento sólo es inteligible para nosotros porque está arraigada en nuestra comprensión corporal del movimiento, con sus implicaciones teleológicas y ontológicas. De hecho, la comprensión física del movimiento inercial está parasitada por el movimiento que observamos en el mundo corporal. Los criterios para distinguir entre movimiento verdadero y falso se establecen a nivel corporal, del mismo modo que los cimientos de un edificio sostienen la estructura que descansa sobre él. Del mismo modo que la comprensión de la función de la superestructura no está aislada, tampoco lo está la comprensión de los físicos del diseño de los marcos inerciales.
Cuando se trata de situaciones en las que interviene la aceleración, a primera vista parece que la física se ocupa del movimiento. Al fin y al cabo, la aceleración de un cuerpo es aceptada universalmente por todos los marcos inerciales y, por tanto, se considera un absoluto en la mecánica newtoniana. Pero esto también es engañoso: estrictamente hablando, la ley newtoniana del movimiento, que relaciona la aceleración de una partícula de masa con una fuerza externa que actúa sobre ella, no se ocupa del movimiento como tal, sino de sus variaciones. Y con razón, ya que se supone que la aceleración representa un cambio en una cantidad predefinida (la velocidad) en lugar de proporcionar un valor para esa cantidad.
Parece que la física como tal no puede decirnos nada sobre el reposo y el movimiento en un sentido absoluto, no porque el reposo o el movimiento no existan, sino porque la física se ocupa de nociones que fundamentan conceptualmente el movimiento o se ocupan de su varianza. Este punto ciego de la física resulta de la exclusión del espacio absoluto y de la teleología de los marcos inerciales a nivel corporal.
Hacia una reintegración de la física aristotélica
Hemos discutido dos proposiciones esenciales. La primera es que el espacio absoluto existe, pero que su existencia es corpórea. La segunda es que ciertos marcos de referencia inerciales pueden ser objetivamente privilegiados sobre otros por razones teleológicas. Estos hallazgos nos impulsan a reevaluar la relevancia de la física aristotélica -un paradigma que durante mucho tiempo se ha considerado obsoleto- y sostengo que una física aristotélica de los cuerpos, así como la concepción del movimiento del físico moderno, son dos aspectos indispensables de una explicación aún mayor del movimiento. Sin embargo, antes de presentar mi tesis, daré primero una breve visión general de la física aristotélica y de su relevancia en el contexto de la física moderna.
El principio fundamental en el que se basa la física aristotélica es que el movimiento es una forma de cambio de potencia a acto. Para Aristóteles, por tanto, hay dos tipos de cambio o «movimiento»: el que se produce cuando una sustancia cambia sus características accidentales, y el cambio en la ubicación espacial de un cuerpo a lo largo del tiempo (Física, L. III). Ambos tipos de movimiento implican «la actualización de lo que antes era potencial» (ibíd.). A efectos de este ensayo, utilizo el término «movimiento» para referirme al segundo tipo de cambio, de acuerdo con la forma en que se ha venido utilizando hasta ahora.
En su descripción del movimiento, Aristóteles utiliza dos conceptos para explicar este fenómeno. El primero, como ya hemos visto, es la teleología. El segundo es el concepto de fuerza. Para Aristóteles, por supuesto, la fuerza no se entiende en el mismo sentido que en la física moderna, es decir, como una influencia que se propaga a través de un campo localmente contenido y matemáticamente descriptible (normalmente representado por escalares o vectores). Para Aristóteles, la fuerza se entiende mejor como un poder que emana de la sustancia inconmensurable de un cuerpo (ibíd., L. VIII). A pesar de su diferencia con la física moderna, la noción de fuerza de Aristóteles implica, no obstante, un cambio en el espacio y el tiempo, pero se supone que este cambio no pasa por campos matematizados, es decir, «físicamente». Utilizando los conceptos de teleología y fuerza, Aristóteles construyó una teoría del movimiento que se aplica a una amplia gama de contextos, incluyendo el movimiento celeste y el movimiento terrestre (sólo este último nos concierne aquí).
Como hemos señalado antes, una de las distinciones clave de Aristóteles es entre movimiento natural y movimiento violento. El movimiento natural surge de la finalidad inherente (telos) de un objeto, que lo impulsa hacia su lugar en la Tierra (ibíd., L. IV), mientras que el movimiento violento surge de la perturbación del movimiento natural de un objeto por una fuerza procedente de otro cuerpo (ibíd., L. VIII). Para Aristóteles, los movimientos naturales de los objetos se rigen por muchos principios relacionados con los cinco elementos; sostenía que el elemento tierra tiende naturalmente a reposar en el centro de la Tierra, mientras que los elementos agua, aire y fuego tienden a elevarse alejándose del centro, cada uno en distintos grados (ibid., L. IV). Estos comportamientos reflejan una orientación teleológica de los elementos y de los objetos que componen. El movimiento violento, en cambio, se produce cuando se aplica una fuerza externa a un objeto, interrumpiendo así su movimiento natural; lanzar una roca al aire, por ejemplo, es un caso de movimiento violento, ya que interrumpe la tendencia natural de la roca a moverse hacia la tierra. Aristóteles también afirma que la fuerza se transmite por «contacto» entre dos cuerpos.
Estas ideas fundamentales llevaron a Aristóteles a conclusiones que a menudo se consideran contrarias a la física moderna, a saber, que los movimientos naturales del fuego, el aire, el agua y la tierra son el resultado de un movimiento teleológico hacia sus destinos. Hoy interpretamos estos fenómenos a la luz de los principios y fuerzas de la física moderna; decimos que la roca cae al suelo debido al campo gravitatorio de la Tierra, no porque tenga una propensión intrínseca a posarse en el corazón del planeta. Del mismo modo, el aire sube debido a su baja densidad, no porque «quiera» subir a un lugar determinado. Además, a diferencia de las explicaciones metafísicas de Aristóteles, la física moderna tiene la ventaja de basarse en las matemáticas, lo que permite hacer predicciones precisas y verificables sobre el mundo natural.
Otra diferencia entre la física de Aristóteles y la física moderna es que, en el caso del movimiento violento, Aristóteles postula que siempre es necesaria una fuerza para mantener un cuerpo en movimiento (ibíd., L. VII). Esto contradice obviamente la primera ley del movimiento/inercia de Newton, que establece que un objeto en reposo permanece en reposo y un objeto en movimiento permanece en movimiento -a velocidad constante y en línea recta- a menos que esté sometido a una fuerza desequilibrada.
Estas diferencias han llevado a la mayoría a rechazar de plano a Aristóteles. Carlo Rovelli, por el contrario, sugiere que no debemos precipitarnos a la hora de juzgar este punto. Por ejemplo, Rovelli señala que la física aristotélica puede considerarse en realidad una aproximación a la mecánica newtoniana cuando se aplica a cuerpos que se mueven en fluidos25. La idea de que la física aristotélica simplemente no contiene ninguna verdad es errónea. Y a la luz del relato de Wolfgang Smith sobre la realidad, en particular, la física de Aristóteles parece totalmente pertinente. De hecho, como demostraré a continuación, la concepción del movimiento del físico moderno y la de Aristóteles no sólo son compatibles, sino que, combinadas, nos ofrecen una visión más profunda y esclarecedora del movimiento.
En primer lugar, en cuanto a si el movimiento natural está impulsado por fuerzas y campos físicos o por una orientación teleológica, no hay ninguna razón por la que estas dos explicaciones no puedan coexistir en estratos ontológicos diferentes, correspondientes a los ámbitos físico y corpóreo de Smith. En el plano corpóreo, las explicaciones teleológicas dan cuenta de los movimientos generalizados de los cuerpos. Por otro lado, las explicaciones físicas que implican fuerzas y campos se aplican al movimiento a nivel físico o cuantitativo. Ambas son complementarias, en el sentido de que las explicaciones teleológicas abordan la cuestión más amplia de por qué los movimientos se producen de la manera en que lo hacen, mientras que las explicaciones físicas dan cuenta de los comportamientos mensurables que se producen cuando los cuerpos realizan esos movimientos generalizados. Por el contrario, las llamadas «explicaciones contradictorias» permiten una comprensión más completa del movimiento natural, tanto cualitativa como cuantitativamente. Tomemos, por ejemplo, el telos de una roca, que explica en términos generales «por qué» cae al suelo, mientras que la noción cuantitativa de gravedad -envuelta en el lenguaje matemático de la teoría científica- explica los parámetros mensurables especificados durante la caída libre de la roca (como la velocidad, la aceleración gravitatoria, la pérdida de energía potencial, etc.).
Esta complementariedad entre explicaciones teleológicas y físicas abarca todas las formas de movimiento natural que manifiestan los elementos, como se ha descrito anteriormente. Sin embargo, las explicaciones teleológicas tienen prioridad sobre las explicaciones físicas, ya que proporcionan las razones últimas por las que se producen los movimientos. Desde esta perspectiva, las explicaciones físicas desempeñan un papel secundario, ya que proporcionan las características cuantitativas del movimiento natural que son accesibles a través del modus operandi de la física.
Consideremos ahora el aparente conflicto entre los puntos de vista de Aristóteles y la primera ley del movimiento de Newton. Propongo resolver esta tensión reconociendo que el concepto de fuerza de Aristóteles es fundamentalmente distinto del de Newton. Como hemos visto antes, Aristóteles concebía las fuerzas esencialmente como poderes o propensiones que efectúan cambios espaciales, emanando de las formas sustanciales de los cuerpos. Fundamentalmente, no las veía como acciones mensurables que se propagan a través de campos matemáticos. Esta sorprendente diferencia entre la concepción aristotélica de la fuerza y la del científico moderno -el hecho de que ambas definiciones no compitan- allana el camino para la reconciliación de la visión aristotélica del «movimiento eterno» con la primera ley de Newton.
En cuanto a las fuerzas como acciones matemáticas, Newton tiene toda la razón al afirmar que un objeto puesto en movimiento por una fuerza seguirá moviéndose indefinidamente en el vacío sin la aplicación continua de esa fuerza (es decir, la primera ley). Este hecho es trivialmente cierto dado el formalismo matemático de la física newtoniana. En efecto, si consideramos que las fuerzas emanan de la sustancia de los cuerpos, como poderes causales, no hay razón para pensar que las fuerzas no influyan continuamente en otros cuerpos, ¡aunque no estén en contacto físico directo! De hecho, como principio general, podemos entender que una vez que una fuerza aristotélica hace que un cuerpo se mueva o cambie en el espacio, sigue ejerciendo una influencia «a distancia» sobre ese cuerpo hasta que otra fuerza actúe sobre él. Las perspectivas newtoniana y aristotélica del movimiento son, por tanto, complementarias. Si bien es cierto que, en teoría, un cuerpo puede seguir moviéndose indefinidamente en el vacío, si inicialmente fue puesto en movimiento por una fuerza newtoniana de otro cuerpo, su movimiento se mantiene perpetuamente por una fuerza aristotélica que opera ontológicamente entre los dos cuerpos, incluso en ausencia de una fuerza newtoniana.
Las ideas presentadas más arriba están en pañales y pueden parecer incompletas en este momento. Sin embargo, si se desarrollan más, estos conceptos podrían allanar el camino para un renacimiento de la física aristotélica. El primer paso consiste en perfeccionar la integración de la física aristotélica con la mecánica clásica a nivel terrestre. A continuación, será importante explorar cómo pueden conciliarse los puntos de vista de Aristóteles sobre los cuerpos celestes con la comprensión moderna del cosmos, apoyada en datos empíricos.
Conclusiones
Al principio de este ensayo se señalaba que las raíces de la física moderna se remontan en gran medida a Sir Isaac Newton, cuyos trabajos pioneros sentaron las bases de la disciplina. Desde entonces, sin embargo, la física se ha esforzado por descartar cualquier noción de movimiento no físico o absoluto, que el propio Newton defendía. Como sugieren los argumentos de este ensayo, el esfuerzo por suprimir tales consideraciones parece haber sido en última instancia erróneo. A la luz de las distinciones introducidas por Wolfgang Smith, es totalmente razonable postular la existencia de un espacio y un tiempo absolutos. También hemos examinado cómo la distinción ontológica de Smith entre realidad corporal y física permite conciliar las visiones absolutistas o sustantivistas de la realidad espaciotemporal con las perspectivas relacionalistas. Además, ahora podemos ver que los marcos de referencia preferidos y no preferidos pueden discernirse sobre bases teleológicas. Todo esto sugiere que una reconcepción radical de la naturaleza misma de la física -aprovechando los puntos fuertes de los paradigmas matemático y aristotélico- es una posibilidad muy real.
Lo que hace falta ahora es desplegar en profundidad los conceptos y argumentos expuestos en este ensayo, una vez sentadas las bases para una comprensión del movimiento formulada en la ontología de Smith. Queda mucho por hacer, por supuesto, en la aplicación de estos principios a ejemplos más complejos y a ámbitos de análisis más matizados.
* * *
Que las conclusiones extraídas de este ensayo nos recuerden la riqueza y amplitud del legado de Wolfgang Smith, un legado que, estoy seguro, aún tiene mucho que ofrecer a la humanidad en su búsqueda por comprender la realidad. Tengo la firme sospecha de que apenas hemos arañado la superficie de lo que las categorías y distinciones de Wolfgang Smith podrían revelar.
Notas
- Véase Aristóteles, Física, L.IV.[↩]
- Chang, Hasok, «Operationalism», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2021 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2021/entries/operationalism/[↩]
- Rynasiewicz, Robert, «Newton’s Views on Space, Time, and Motion», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2022 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2022/entries/newton-stm/.[↩]
- The Principia: Mathematical Principles of Natural Philosophy: A New Translation, trans. I. B. Cohen & A. W. Berkeley (University of California Press, 1999), Scholium[↩]
- Hoefer, Carl, Nick Huggett, y James Read, «Absolute and Relational Space and Motion: Classical Theories», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2024 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2024/entries/spacetime-theories-classical/.[↩]
- Experimento científico consistente en hacer girar un cubo a la velocidad angular ; la superficie del agua se profundiza y adopta la forma de un paraboloide de revolución (es decir, su meridiano es una parábola).[↩]
- Huggett, Nick, Carl Hoefer, y James Read, «Absolute and Relational Space and Motion: Post-Newtonian Theories», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2024 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2024/entries/spacetime-theories/.[↩]
- El enigma cuántico (Iniciativa Philos-Sophia, 2023), cap. 1.[↩]
- Bolton, Martha, «Primary and Secondary Qualities in Early Modern Philosophy», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2022 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2022/entries/qualities-prim-sec/.[↩]
- Física: una ciencia en busca de una ontología (Iniciativa Philos-Sophia, 2023), pp. 28-33.[↩]
- The Quantum Enigma, op. cit., p. 34. Un objeto físico -ya sea subcorpóreo o transcorpóreo- es, en términos de Smith, el objeto corpóreo «tal como lo concibe el físico».[↩]
- https://philos-sophia.org/irreducible-wholeness-dembski-theorem/[↩]
- Gestalt Psychology: An Introduction to New Concepts in Modern Psychology (Liveright, 1947).[↩]
- Pasnau, Robert, «Thomas Aquinas,» The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2024 Edition), Edward N. Zalta & Uri Nodelman (eds.), de próxima publicación URL = https://plato.stanford.edu/archives/win2024/entries/aquinas/. §4 Forma y Materia[↩]
- Physics: A Science in Quest of an Ontology, op. cit., pp. 26-27.[↩]
- Perceptibilidad independiente significa que el espacio corpóreo se percibe como una entidad distinta de los cuerpos que contiene. Esto no implica que no sean necesarios otros cuerpos para ayudarnos a percibir dicho espacio, por ejemplo en el caso de la percepción visual, que puede requerir objetos como puntos de referencia para evaluar la presencia de un espacio independiente.[↩]
- Physics, a Science in Quest of an Ontology, op. cit. p. 27.[↩]
- «La totalidad tripartita», https://philos-sophia.org/the-tripartite-wholeness/.[↩]
- «Cosmic vs. Measurable Time: From Physics to Cosmology«: https://philos-sophia.org/cosmic-measurable-time/.[↩]
- Tim Maudlin, Philosophy of Physics: Space and Time (Princeton University Press, 2012).[↩]
- Esto no significa rechazar la posibilidad de privilegiar físicamente ciertos marcos de referencia. Sin embargo, la base real de este privilegio es fundamentalmente no física, y cualquier manifestación física simplemente refleja este principio subyacente más profundo en forma de una firma cuantitativa.[↩]
- Matemáticamente, desde el punto de vista de un marco inercial, este marco se considera siempre en reposo al construir las coordenadas espacio-temporales. Esta perspectiva es crucial, por lo que, desde el punto de vista de una persona en un tren en movimiento inercial, el tren se percibe como estacionario mientras que los raíles parecen estar en movimiento.[↩]
- Siempre que, por supuesto, el objeto sea juzgado en movimiento por el marco opuesto. Este principio sólo se aplica a los casos en los que un objeto tiene un telos hacia el movimiento y el otro no. En escenarios en los que intervienen varios objetos con una orientación intrínseca hacia el movimiento, debe establecerse un nuevo principio -quizás derivado del contexto teleológico de ciertas acciones en el mundo corpóreo[↩]
- cf. Aristóteles, Física, L. IV y VIII.[↩]
- Véase «Aristotle’s Physics: A Physicist’s Look», Journal of the American Philosophical Association, primavera de 2015, 1 (1), pp. 23-40.[↩]