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La visión que ofrece el discurso metafísico puro es como la de una mosca detrás de un cristal. Partiendo de lo que la metafísica no es, ésta es la conclusión a la que llegamos.
Introducción
Descubrir la metafísica es una experiencia que ha dejado huella en muchos individuos de perfiles diversos1, pero tal experiencia no está exenta de riesgos. Es recordando lo que la metafísica no es como mejor se pondrán de manifiesto estos riesgos. Aislada, suspendida en el vacío, desligada de su fuente y de su finalidad, tal metafísica teórica sigue siendo una visión, pero como la de una mosca detrás de un cristal.
Descubrir la metafísica
Esta experiencia sorprendente es la de la inteligencia que se descubre a sí misma y, una vez que ha aparecido en la conciencia, ha revelado al metafísico que acecha en todo ser humano2.
Inadvertida en las operaciones cotidianas de la mente, la inteligencia aparece como el complemento esencial de la razón3. Si la razón, potencia puramente mental, calcula y razona bajo la égida de la lógica, queda por comprender estos cálculos y razonamientos: éste es el papel primordial de la inteligencia, bien distinto del de la razón. Abandonada a sí misma, la razón se agota en un discurso cerrado sobre sí mismo: es la reducción racionalista, o la razón que se gobierna a sí misma (kantismo), o el establecimiento de clasificaciones de palabras y conceptos en detrimento del pensamiento: es la reducción conceptualista, una trampa en la que parecen caer a menudo la filosofía analítica y el reduccionismo estructuralista, una trampa en la que cayó su discurso en su momento4.
Estas dos instancias distintas, la razón y la inteligencia, no son la misma cosa. En virtud de la potencia, una máquina podrá calcular indefinidamente; se trata, más apropiadamente rebautizada, de la RA, la razón artificial5, la energía mental con la que la humanidad se ha dotado desde el 7 de agosto de 19446. Por otra parte, la inteligencia no es sumisa: «la inteligencia, en su acto de intelección, es perfectamente libre, y ninguna autoridad, ninguna voluntad, ni siquiera la nuestra, tiene poder sobre ella: no podemos obligarnos a comprender lo que no comprendemos» (Simone Weil)7.
Pero si no podemos obligarnos a comprender es porque la inteligencia es mucho más que eso: es la recepción de un sentido que no puede generar por sí misma. Así, pensar una cosa es ciertamente construir un concepto, pero sobre todo es estar «intelectualmente apoderado de un sentido, de un inteligible, que ‘reconocemos’ más de lo que lo conocemos» (Jean Borella)8. Se trata aquí de que lo inteligible sobrepasa lo concebible, y estaremos curados de la tentación racionalista9. Dicho de otro modo, hemos descubierto que un mundo de sentido (un mundo semántico) trasciende a un mundo físico (Platón), que no es, por tanto, más que la imagen o el símbolo de otra cosa (Platón, Timeo, 29b), y que, además, requiere una causa primera ya que, «si nada es primero, absolutamente nada es causa» (Aristóteles)10 y, si no hay causa, no puede establecerse ninguna ciencia (scientia est cognitio per causas: la ciencia es conocimiento a través de causas), y por tanto no es posible ningún conocimiento.
La metafísica no es universal
De hecho
La metafísica universal es la esperanza frustrada del siglo XX. He aquí una breve historia de un siglo que vio el «retorno de la metafísica». René Guénon, mediante el éxito de su crítica del mundo moderno, sus exposiciones de metafísica y su codificación del esoterismo, promovió brillantemente la ruptura con el kantianismo y el cientificismo del siglo XIX y reabrió el acceso a una intelectualidad sagrada (las obras de metafísicos universitarios como Maurice Blondel y muchos otros nunca han tenido una difusión de la magnitud de las de Guénon). Tras Guénon, metafísicos como Frithjof Schuon, Ananda Coomaraswamy, Titus Burckhardt y Leo Schaya desarrollaron metafísicas relacionadas con confesiones particulares (hinduismo, budismo, islamismo y judaísmo). En los casos de Guénon y Schuon, fue la metafísica hindú (advaita vedānta, sāṃkhya) la fuente de la construcción de una metafísica teórica (Guénon11, Schuon12) e incluso una religio perennis (Schuon), pero ninguno de ellos ha sido capaz de abarcar verdaderamente una metafísica correspondiente al cristianismo13.
En principio
Aunque el planteamiento metafísico es universal, no existe una metafísica universal formalizada por varias razones.
La coexistencia de puntos de vista
La primera razón es la coexistencia de puntos de vista complementarios (como el darśana hindú), como los planteamientos de la «analogía del ser» (Tomás de Aquino) o del «ejemplarismo divino» (Buenaventura), que no pueden «ni excluirse ni coincidir» (Etienne Gilson). Si puntos de vista racionalmente irreconciliables pueden coexistir legítimamente, es porque la metafísica última se sitúa más allá de lo conceptual, más allá del principio de no contradicción, y escapa así a una formulación estrictamente lingüística. Esto queda ilustrado cuando el propio Guénon lleva demasiado lejos un lenguaje matemático (matemáticas de conjunto) que conduce a la contradicción 14. Es más, la más general de todas las metafísicas, dicha metafísica del ser, no sólo se declina una y otra vez según los autores, sino que, sobre todo, ella misma puede ser completada, si no sustituida, por una metafísica de la relación.
No es la inteligencia la que conoce, es el hombre
Una segunda razón es que, desde tiempos inmemoriales, «no es la inteligencia la que conoce, es el hombre» (Aristóteles). Heidegger, dos mil quinientos años más tarde, lo diría de otro modo: «no hay pregunta sin que el propio interrogador esté incluido en la pregunta»15. Todo discurso metafísico es, pues, en parte, una cuestión de interpretación individual y, por tanto, de lo particular, y hasta del singular. El propio Filósofo (Aristóteles) precisará así que al mathein («saber teórico») se une necesariamente un pathein («experiencia vivida»)16, los recordatorios de estos complementos eran corrientes entre los griegos, e incluso en la literatura, que habla de «ciencia [es decir, conocimiento] al precio del sufrimiento» (Esquilo, Agamenón, 177). Como hemos dicho, todo ser humano es un animal metafísico (Schopenhauer), lo que hace que haya muchos metafísicos y metafísicos potenciales (formulaciones metafísicas).
La autoabolición de la metafísica
Una tercera razón, quizá la más fundamental, reside en el papel propio de la metafísica, que es pasar, a través de lo inteligible, del concepto al objeto, del cual el concepto es sólo la imagen mental o el ídolo (Gregorio de Nisa) y, una vez desempeñado su papel, una vez cumplida su misión, toda metafísica se desvanece entonces, se autoabolición17. Esto está muy lejos del sistema cerrado, intangiblemente constituido.
La metafísica no es operativa en sí misma
Es cierto que existe esta operatividad relativa de la metafísica, que favorece el paso del simple concepto calculable a la inteligibilidad de las cosas o, nos atreveríamos a decir, a la pura contemplación de éstas. Pero ésta es la simple funcionalidad de la inteligencia: está «en condiciones de recibir lo inteligible, como el sentido está en condiciones de recibir lo sensible» (Santo Tomás de Aquino). La inteligibilidad de lo real está unida a la inteligencia, que es el sentido de lo real, del mismo modo que lo salado sólo tiene sentido para el gusto. La realidad semántica de un concepto, que constituye su más allá lingüístico, es el punto en el que se vincula al ser, a lo real. Es lo invisible del lenguaje, a lo que sólo la inteligencia puede acceder (Borella).
Por otra parte, esta experiencia de lo inteligible no es en modo alguno una unificación ontológica, sino simplemente una identidad cognitiva. En la fórmula «el alma es todo lo que conoce» (Aristóteles, Guénon), no hay que olvidar el «de alguna manera», que sin embargo se especificó claramente al principio: este «de alguna manera» marca toda la diferencia entre una unificación ontológica y esta simple identidad cognitiva18, incluso si esta identidad cognitiva ya representa mucho. Así, hablando su propio lenguaje, el lenguaje que le es natural, la inteligencia puede tratar naturalmente, incluso de cosas sobrenaturales, pero si está «en casa» en todos estos campos, es porque no está naturalmente en ninguna parte19. La inteligencia entra «por la puerta» o «desde fuera», podríamos decir (Aristóteles).
Como vemos, esta identidad (cognitiva) entre inteligencia e inteligibilidad no debe inducir a error; no es gnosis. Así pues, el metafísico teórico es como una mosca detrás de un cristal. Puede vislumbrar las cosas, «de manera oscura» (1 Corintios XIII, 12), pero nunca cruzará la barrera que separa la mosca de la luz, la teoría de la realidad.
Sólo la gracia podrá guiarle a través de la brecha y, despojado de todo, podrá convertirse en luz en la Luz, en cuyo caso se habla de pneumatización del intelecto (Borella).
Así pues, no es de extrañar que, sean cuales sean sus discursos metafísicos teóricos, los célebres metafísicos contemporáneos Guénon, Schuon, Burckhardt y Schaya hayan abrazado una misma fe: el Islam, la religión más despojada, la más centrada en la unicidad de Dios y, como tal, la más compatible con la metafísica teórica.
En el cristianismo, se habla de gnosis ya en San Pablo. Pablo (1 Cor. 1, 5)((Tras él, mencionemos a Ireneo de Lyon (c.140-c.200), Clemente de Alejandría (c.150-c.215), Evagrio el Póntico (346-399), Fénelon (1651-1715), Borella (1930), por citar sólo algunos).
Y, siguiendo a Jean Borella, he aquí lo que puede decirse al respecto:
Como tal, la verdadera gnosis no es una ciencia, sino una nesciencia, porque en esta gnosis suprema, es Dios quien se conoce a sí mismo, en cuanto la inteligencia está perfectamente despojada de sí misma. Sólo el desconocimiento puede conducir al sobreconocimiento: «Si alguien cree saber algo, es que aún no lo sabe como debe saberlo» (1 Cor. VIII, 1-2). Y el único poder que puede llevar a cabo esta necesaria renuncia es el poder de la caridad, lo que significa que «la caridad es la puerta de la gnosis» (S. Evagrio Póntico, Carta a Anatolios, P.G., vol. XL, col. 1221 C.).
Según el deseo de Cristo, se trata de llegar a ser uno como el Padre y el Hijo son Uno, y el Amor es la unificación que precede a la Unidad; porque el amor es la sustancia de la gnosis, y la gnosis la esencia del amor. La dimensión gnóstica de la Caridad permite el desinterés radical del amor puro, y la Gnosis se centra en la Verdad, la única Verdad que entrega. «La gnosis es el eje vertical, inmutable e invisible que la danza del amor envuelve como una llama» (Jean Borella, La charité profanée).
La oración es, pues, la única actividad que corresponde a la dignidad del intelecto, el acto por el que el intelecto realiza su naturaleza deformada. La oración es, pues, la gnosis; «es el intelecto el que ora en el conocimiento y conoce en la oración» (San Evagrio el Póntico, Centuries IV, 43); el conocimiento es la oración del intelecto. La oración y la gnosis son, pues, los dos peldaños de la escala de Jacob que se encuentran en la infinitud de Dios.
Si hay peldaños en esta escalera espiritual, son los del despojamiento: deseos del cuerpo, pasiones del alma, pensamientos del espíritu. Así, las virtudes del cuerpo (somáticas) pueden conducir por la gracia a las virtudes del alma (psíquicas), las virtudes del alma a las virtudes espirituales (pneumáticas) y las virtudes espirituales a la gnosis esencial.
El amor y la gnosis son el origen y el fin del viaje. Habiendo alcanzado a Cristo, la Gnosis eterna del Padre, por la caridad, participamos en su efusión de Amor, que es el Espíritu Santo. El intelecto, unificado por la caridad, «se eleva a una dignidad infinita, dignidad que posee en virtud de su misma naturaleza intelectual». Y «el intelecto desnudo es aquel que se ha consumado en la visión de sí mismo y que ha merecido la comunión en la contemplación de la Santísima Trinidad» (Padre Hausherr, Lecciones de un contemplativo).
Sólo «la desnudez del intelecto, o la ignorancia infinita (San Evagrio), o la nube del desconocimiento (San Denys) representan el modo no modal en el que la criatura puede hacerse inmanente a la trascendencia divina». Y «este modo no modal es el grado más alto de la caridad» (Borella, ibid.).
Y «mientras el intelecto no sea Dios, su luz no es la verdadera Luz». Debe darse cuenta de su propia sustancia no divina, es decir, de su ignorancia ontológica. «(Extracto de Introduction à une métaphysique des mystères chrétiens, en regard des traditions bouddhique, hindoue, islamique, judaïque et taoïste («Introducción a una metafísica de los misterios cristianos, con referencia a las tradiciones budista, hindú, islámica, judaica y taoísta»), L’Harmattan, 2005, Introducción, p. 24).
Notas
- véase Xavier Accart, Guénon ou le renversement des clartés : influence d’un métaphysicien sur la vie littéraire et intellectuelle française, 1920-1970 (París, Édidit, 2005).[↩]
- «El hombre es un animal metafísico», dice Schopenhauer, cf. cap. XVII de los Suplementos a El mundo como voluntad y representación. Y añade: «esta necesidad metafísica del hombre, que, toda poderosa e indeleble, viene inmediatamente después de la necesidad física» (ibid.).[↩]
- véase el artículo: «Razón e inteligencia, las dos caras de la mente»[↩]
- véase el artículo «Jean Borella, l’après structuralisme»[↩]
- véase el artículo «La IA desenmascarada»[↩]
- Puesta en servicio de la «Calculadora de Secuencia Automática» o Mark 1. Anteriormente, el hombre sólo se había dotado de energía mecánica o termodinámica: fuego, animales de tiro, vapor, petróleo, electricidad, energía atómica.[↩]
- Del mismo modo, Moore escribe: «no podemos en absoluto pensar lo que no podemos pensar», cf. The Evolution of Modern Metaphysics: Making Sense of Things, Cambridge University Press, 2012. O Gaston Bachelard: «la comprensión es una emergencia del conocimiento», Le rationnalisme appliqué, París: PUF, 1949, p. 19[↩]
- Es este re-conocimiento lo que Platón llama reminiscencia: «lo que se llama buscar y aprender no es en absoluto más que recordar», Menon 81d (Obras de Platón, trans. V. Cousin, París: Rey, vol. VI, 1849, p. 172.[↩]
- véase el artículo: «Filosofía y ciencia, abrir y cerrar el concepto»[↩]
- Metafísica L a, c.2.[↩]
- Por ejemplo Los múltiples estados del ser (1932).[↩]
- Por ejemplo Résumé de métaphysique intégrale (1985) o Logique et transcendance (1970).[↩]
- véase el artículo: «Jean Borella, sobre la unidad analógica de las religiones.»[↩]
- Véase el artículo «La gnosis y las ‘posibilidades de no manifestación’, Guénon y la doctrina de la Creación»[↩]
- Was ist Metaphysik? (¿Qué es la metafísica?), 1929, publicado por primera vez en francés en una antología de textos de Heidegger por Gallimard en 1938[↩]
- Dado como un juego de palabras por Aristóteles recogido por Synésius de Cyrène, (cf. N. Turchi, Fontes Historiae Mysteriorum Aevi Hellenistici, Roma, 1930, n°83, p. 53; Borella, Lumières de la théologie mystique, p. 85[↩]
- Véase el artículo: «La metafísica como antidogmatismo y como no-sistema»[↩]
- Véase el artículo: «Metafísica, el lenguaje del silencio»[↩]
- Jean Borella, Ésotérisme guénonien et mystère chrétien, l’Age d’Homme, Lausana, 1997, p. 66.[↩]